- Los nuevos smartphones de la multinacional dejan frío al mercado: la cotización cae un 1,3% un día después de su presentación.
- Desde hace diez años, Apple ha mejorado los terminales pero no ha inventado nada.
- Lo más innovador ha sido Apple Park, la nueva sede, pero no es un artículo de consumo.
Si algo funciona no lo cambies. Esa parece ser la filosofía de
Tim Cook al frente de Apple. Efectivamente, desde que fue nombrado consejero delegado, en sustitución de Steve Jobs en 2011, la empresa de la manzana no ha presentado ninguna innovación relevante. Su espectacular crecimiento económico se ha sustentado en las ventas millonarias de los sucesivos modelos de iPhone.
Y si antes las acciones de la compañía
se disparaban cada vez que su fundador entonaba el famoso "one more thing...", ahora lo hacen al son de las cifras de ventas que la empresa presenta periódicamente.
Es lo que ha ocurrido este martes. Después de presentar el
iPhone 8 -evolución natural del 7- y, sobre todo, de la versión 'X' del
smartphone que cambió la telefonía mundial (décimo aniversario), los títulos de la multinacional bajaron un 0,4%.
Y es que,
según los analistas, los nuevos terminales ya estaban descontados de antemano (las acciones se han revalorizado un 57% en el último año).
Es decir,
Apple ya no sorprende: es completamente previsible. Por cierto, los títulos de la compañía
han arrancado la sesión de este miércoles con caídas superiores al 1,3%.
Para ver algún rebote habrá que esperar a las
cifras de ventas del nuevo terminal (el X), cuyo precio oscila entre los 1.159 y los 1.329 euros. Casi nada.
En definitiva,
los nuevos iPhone son más de lo mismo -muy mejorado, es verdad- pero nada innovadores. Es más, uno de los atributos principales del X es su pantalla OLED, fabricada por su máximo rival, Samsung. También se ha enfatizado el reconocimiento facial, algo que ya utilizan LG o la propia Samsung.
Lo más innovador de Apple ha sido
Apple Park, su nueva sede (
en la imagen), encargada por el fallecido Steve Jobs al afamado arquitecto Norman Foster. Lástima que el edificio no sea un artículo de consumo.
Pablo Ferrer
pablo@hispanidad.com