Ya hemos publicado aquí el último mensaje del lunes 23 de marzo, mensaje de Cristo vehiculado a través de esa sencilla profeta madrileña llamada Margarita del Llano que se puede resumir en su frase: la vacuna es la Eucaristía. Sí, la vacuna contra el coronavirus.
Sería sensato prestarle atención, especialmente hoy, Jueves Santo, día de la Eucaristía, porque Marga de Llano escribió años atrás que el ataque final sería contra el gran regalo de Dios a los hombres: la transustanciación, la supresión de la Eucaristía y/o su conversión en el sacrilegio de la ceremonia de adoración de la Bestia, eso que la Biblia conoce como la “abominación de la desolación”.
España: “No puedes ver dónde está tu salud”. Corremos el riesgo de desaprovechar la gran oportunidad del coronavirus para cambiar de vida
Y también dijo, atención, que el ataque final contaría con la connivencia, cuando no con el protagonismo, de algunos jerarcas de la Iglesia y ante la indiferencia de la grey católica.
Esta de 2020 era la Cuaresma más propicia para hacer lo contrario de lo que han hecho, por ejemplo, los obispos españoles. Con un país, y un mundo, postergado ante un enemigo invisible, era el momento para que los obispos hubieran lanzado a los consagrados a dos tareas: confesar y comulgar. Es decir, administrar, 24 horas al día si fuera necesario, los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía.
Una Semana Santa que fuera eso: confesión y comunión permanentes. Y sí, el confinamiento de Pedro Sánchez lo puede poner difícil pero, por de pronto, insistimos en Hispanidad, no ha sido el Gobierno quien ha prohibido las misas, han sido, al menos en España, los propios obispos… ¡qué tiene bemoles la copla! quienes lo han perpetrado. Y en cualquier caso, hay que arriesgarse a la reprobación social y, si fuera necesario, al martirio.
El confinamiento es un ataque directo al cristianismo, religión sacramental y social. Es el momento de las misas privadas… con público
Oficialmente, mientras se guarde la ‘distancia social’ se podría celebrar un triduo pascual por cada sacerdote y, todos ellos, en salitas que permitan la separación debida, confesando horas y más horas.
Aún queda el domingo 19, Día de la Divina Misericordia, dotado además, por san Juan Pablo II, con indulgencia total de pena y culpa, pero, en cualquier caso, los obispos españoles deben cambiar la ordenanza, ya mismo, y apresurarse. Este es uno de esos temas importantes que, además, resulta urgente.
“España, no puedes ver dónde está tu salud”. Pues está aquí, en aprovechar el coronavirus para una conversión a Cristo, la única esperanza en cualquier época del mundo y en especial, en la desesperada época actual.
Porque además, no olvidemos que el confinamiento -no entro ahora en si era conveniente o no y en qué grado- es un ataque directo al cristianismo, religión sacramental y social, una religión que no se vive encerrado.
O aprovechamos el Covid-19 o entraremos en la noche más larga
Corremos el riesgo de desaprovechar una gran oportunidad para cambiar. O aprovechamos el Covid-19 o mucho me temo que entraremos en la noche más larga, porque la Iglesia vive de Eucaristía y porque sin Eucaristía no hay Iglesia. Porque si ni tan siquiera el coronavirus nos hace reaccionar y sólo nos conduce a la parálisis histérica, nos ocurrirá como a las víctimas de la mirada hipnótica de algunas serpientes depredadoras: seremos devorados.
Y aunque los obispos españoles hayan prohibido las eucaristías públicas siempre habrá sacerdotes valientes que ofrezcan misas privadas… con público.
Volviendo al sacramento en sí, que no es otra cosa que la conversión del pan y el vino en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de un Dios que se anonada para sostener al hombre, decía Chesterton que “sólo el dogma razonable vive lo suficiente como para ser llamado anticuado”. Así que menos preocupación por lo que diga el mundo y a comulgar y, paso previo, a confesar.
Digo que queda aún el domingo de la Divina Misericordia para hacer lo propio pero, ¿por qué esperar? La misericordia de Dios, así como su justicia, puede ponerse en práctica hoy mismo, día de Jueves Santo.