De nada ha servido que los fabricantes del motor hayan explicado que los nuevos coches diésel contaminan menos que los de gasolina. Sobre esos vehículos cuelga el sambenito de que emiten más CO2, y se han convertido en blanco de ataque. No solo por el nuevo impuesto anunciado por el Gobierno, obsesionado por la fiscalidad verde, sino por los pasos que pueden llegar también en el ámbito autonómico o municipal.
El precedente está en el paso dado por Baleares, que prohibirá el uso de coches diésel nuevos a partir de 2025, contemplado en proyecto de ley de Cambio Climático que ha aprobado el Gobierno de las islas, salvo que hayan sido matriculados en esa región.
La reacción de los fabricantes (Anfac) no se ha hecho esperar, pero no sólo de ellos, sino del resto de patronales de la isla, desde la regional confederación empresarial (CAEB) a la CEOE y las asociaciones sectores del trasporte.
El problema no es qué contamina, sino quién contamina más, como ignora el dogmatismo verde
Para todos ellos no tiene sentido esgrimir razones medioambientales cuando, en paralelo, la misma ley “mantiene y protege” al resto de coches, independientemente de su antigüedad. Para las asociaciones mencionadas, es lo mismo que prometer una larga vida a ese parque de vehículos, responsable del “80% de las emisiones contaminantes y del empeoramiento de la calidad del aire” en Baleares.
La industria del automóvil, no obstante, ha atinado más el tiro al dejar claro que el coche diésel contamina menos que el de gasolina, y a esa razón se ha agarrado para evitar que se aplique un nuevo impuesto al diésel.
“El problema no es el diésel, sino los vehículos antiguos”, ha insistido Mario Armero, vicepresidente de Anfac, pero el Gobierno balear de la socialista Francina Armengol, coaligado con MÉS, un puzle de verdes, socialistas y nacionalistas y respaldado por Podemos, ha hecho oídos sordos.
La guerra al diésel ha comenzado y seguirá en las autonomías que más se prestan al efectismo
Pero lo dicho por Armero tiene una proyección, más resonante, en lo que nos espera: el problema no es coche, es el discurso. Todo se pliega, con fundamento o sin él, a un imperativo dogmático sin matices.
La guerra al diésel ha comenzado y seguirá en las autonomías que más se prestan al efectismo, al margen de la cordura del debate. El precedente balear tendrá consecuentes -matando moscas a cañonazos- en otras comunidades socialistas y ayuntamientos en difícil equilibrio para gobernar, si depender de la izquierda podemita.
¿Qué más da que cambiar los coches de gasolina por los diésel esté contaminando más, como está ocurriendo? ¿Qué más da que los nuevos diésel emitan un 84% menos de NOx (óxido de nitrógeno, muy perjudicial para la salud) y un 91% menos de partículas contaminantes que los vehículos de hace 15 años?