- A diferencia de la última crisis, el miedo ya no viene por los excesos de la especulación financiera, sino por la debilidad real de los países emergentes.
- El modelo de crecimiento en esos países es la principal preocupación: se sostienen sobre sueldos de miseria y carecen de una clase media sólida.
- En el caso chino, además, los viejos motores de su economía ya no funcionan: el PIB aumentaba en el pasado en torno al 10% por el crecimiento en infraestructuras y por las exportaciones, hoy menos competitivas.
- Las bolsas caen a plomo (el Ibex, un 5%) por el efecto contagio: China es la segunda economía y representa el 15% del PIB mundial.
- Y los especuladores occidentales, mientras, se quedan con cada vez menos refugios para 'esconder' los excesos de liquidez.
- Flaquean todos los mercados, el de divisas, el de materias primas y hasta el del oro.
Las
bolsas caen a plomo este lunes (el Ibex, un 5%), del mismo modo que ha sucedido con las
asiáticas por la mañana y dentro de una tendencia generalizada que arrastra también a
Wall Street y al resto. La Bolsa de Nueva York ya lo adelantó el viernes con la mayor caída en casi cuatro años. Pero a diferencia de la
crisis de 2007, los nubarrones que ahora tiñen de rojo los mercados no están relacionados con los desbarajustes propios de
especulación financiera, como sucedió entonces (el detonante fue la crisis de las hipotecas
subprime), sino con la situación de la debilidad real de las economías emergentes, cuyo modelo de crecimiento está en cuestión. Basta recordar que China, la segunda economía, representa un 15% del PIB mundial.
Por eso se puede hablar ahora de una
nueva crisis económica global, y no sólo
occidental, como la última. La crisis de 2007, por su origen y naturaleza financiera, sacudió fundamentalmente a
Europa y
Estados Unidos, donde el dinero corre de un activo a otro, sin problema y con facilidad, en busca de una mayor rentabilidad. Otra cosa, lamentable también, es que esa crisis financiera erosionara después, como ocurrió, la economía real. Ahí andamos todavía.
En estos momentos la situación es muy distinta: los principales perjudicados de la crisis, a diferencia de entonces, son los países emergentes, que no han dejado de basar su crecimiento sobre
sueldos de miseria, y no sobre el
consumo interno.
Gracias a la
explotación laboral pudieron seguir competiendo cómodamente con los productos occidentales. Por eso apenas notaron la crisis de 2007 y seguían creciendo con vigor. Sobra decir que durante ese periodo también han sido incapaces de crear una
clase media que tire del consumo y esa es la razón por la que recurren ahora, como China, a la devaluación de sus monedas. Pan para hoy y desequilibrio sin solucionar para mañana. En el caso de China, además, fallan los viejos motores de su economía. Un tercio del avance de su PIB durante los últimos, en torno al 10%, correspondía al crecimiento en infraestructuras y otro tercio a las exportaciones, que ahora son menos competitivas.
Pero esa escenario que no cambiará a medio plazo, es el que pone a prueba ahora las debilidades propias de esas economías y el que amenaza al resto de la economía mundial.
En el caso concreto de
China, que es el que ha desatado la tormenta, las autoridades comunistas temen que si el país no logra crecer al 7% aumentará la inestabilidad social y por ello la vía más fácil para evitarlo fue la devaluación: con ello se garantiza el aumento de las
exportaciones. El mismo desequilibrio ha quedado probado en otros países emergentes como India o Brasil.
Paradójicamente, los que más van a sufrir la devaluación de la moneda china no son los
países ricos, sino los propios
países emergentes, que exportarán menos o se verán abocados a lo mismo: la
devaluación de sus monedas para poder competir. Los sueldos de miseria, que son el principal foco de tensión, no sólo de fragrante injusticia social, seguirán en el mismo nivel. Es la máxima a la que se han agarrado.
Por ese motivo también la crisis económica actual será, sobre todo, la crisis de las economías emergentes y por ello, además, global.
Queda la otra cara en esta moneda, Occidente. En Estados Unidos, por ejemplo, vuelve el debate sobre lo que hará la
Reserva Federal y si es conveniente o no que suban, como tienen previsto, los
tipos de interés. Es el regreso, de otro modo, de la política monetaria. Es la misma política que ha provocado, en Europa y EEUU, un
océano de liquidez, poco eficaz para la recuperación y muy
interesante para los movimientos especulativos.
La solución occidental pasa en los últimos años,
evitablemente, porque fluya el dinero generosamente, pero, como señalábamos el viernes, es eso mismo l
o que ha depreciado hasta el concepto mismo de dinero. Ese dinero se convierte así en la principal herramienta para los intereses del
prestamista o del
ahorrador, pero ayuda muy poco a la creación de
riqueza y a la consiguiente creación de
empleo. Hablamos de proyectos productivos, no de maniobras especulativas.
En definitiva, el dinero se ha convertido, en los países occidentales, en un instrumento más para especular y cuando duda busca
refugios. Ese es el apéndice que puede coletear también precisamente en esta nueva crisis, que los refugios son cada vez más escasos.
En la
renta variable, está claro, aunque lloverán los cortoplacistas. Desde que China devaluó el yuan, las bolsas mundiales han perdido ya en torno a los tres billones de euros, tres veces el PIB español.
Y de poco sirven otros refugios como el de
divisas, el más especulativo de todos los mercados, en el que todo ha cambiado después del paso dado por China. Claro que Pekín ha provocado una
guerra de divisas, pero con un balance descorazonador para los países que dependen de esa economía, como los hispanoamericanos o asiáticos.
Tampoco es ya un refugio el mercado de las
materias primas, tan dependiente de la economía china, ahora bajo sospecha, y con un
barril de petróleo en caída libre (ojo, por la menor demanda… y porque los países árabes siguen bombeando como si nada pasara).
¿Queda el mercado del
oro? Es posible. Pero si bien es cierto que el metal precioso se ha revalorizado en torno al 8% desde principios de agosto, llevaba meses de caída precisamente por eso, porque había dejado de ser un valor seguro.
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com