Decíamos casi ayer, que el Supremo obligará a la mujer presunta víctima de la violencia de género a declarar, aunque haya retirado la denuncia. La razón -siempre hay una razón cunado se busca- es que la susodicha puede estar amenazada por el pérfido varón. Y eso se soluciona, naturalmente, obligándole a declarar para, o bien poner a caldo al susodicho o bien reconocer que se trataba de una denuncia falsa, con lo que le puede caer un puro. En definitiva, que no sé qué le provocará más inquietud a la susodicha, si su maltratador o el juez.
Insisto: la ley contra la violencia de género no se hizo para proteger a la mujer sino para destruir matrimonios, que es de lo que se trata. Destruido el matrimonio, destruidos los hijos y, en cualquier caso, destruida la familia, esa célula de resistencia a la opresión. Porque en la familia es donde a cada cual se le mide por lo que es, no por lo que aporta. Por contra, en cuanto traspasas la puerta y sales a la calle… tanto aportas, tanto vales. Y si no aportas nada, no vales nada.
En cualquier caso, estamos ante un nuevo engaño, consentido e impulsado por la propaganda feminista. Ahora, el Supremo también ha caído en la trampa. ¿O quería caer?
La propaganda feminista insta a la mujer a denunciar a su pareja, presiona social y políticamente a los jueces y, al mismo tiempo, miente: la mujer siempre es la víctima. El hombre siempre es el verdugo.
Otra mentira. A la mujer le pegan por el hecho de ser mujer. Pedro Sánchez ha vuelto a repetirlo. No hombre no: le pegan por ser su mujer. Cuando el amor se convierte en mala leche cada sexo emplea sus mejores armas contra el otro. El hombre, la fuerza bruta.
Y así, una tercera mentira: la ley contra la violencia de género asegura que la mujer es siempre víctima, que no verdugo, de violencia psicológica. Mentira: si sólo fuera el varón el que practica ese tipo de violencia, sería tanto como concluir que la mujer es idiota. Y la mujer no es idiota.