Termina una cuaresma inserta en los tiempos más convulsos de la historia de la Iglesia, con un grado de ateísmo práctico que se ha hecho cotidiano.
Y tras el Domingo de Resurrección viene el Domingo de la Divina Misericordia (8de Abril), la única nueva festividad del calendario litúrgico que instituyó Juan Pablo II en memoria de Faustina Kowalska (1905-1938) que se pasó décadas en el Índice de los prohibidos para acabar siendo canonizada. La verdad es que no me extrañan las reticencias vaticanas: lo de Faustina parecía demasiada misericordia por parte de un Dios omnipotente y exigía demasiado abandono en la manos de Cristo. Podía haber trampa. Y ya se sabe que está bien fiarse pero es mejor no fiarse. Al final, su mensaje ha sido el mensaje nuestro tiempo. La clave del mundo es la Misericordia de Cristo y la confianza, o desconfianza, del hombre en esa misericordia. Que es a lo que los hombres de Trento se referían cuando hablaban de que la historia del mundo es gracia de Dios y libertad humana.
El abandono en el Creador, no es una opción: es una necesidad
Kowalska es el apóstol de la Divina Misericordia, el concepto favorito del actual Papa. La imagen de la Divina Misericordia, con los dos rayos saliendo del pecho del Creador se ha extendido por el mundo entero. Santa Faustina resumía toda su filosofía en cuatro palabras: “Jesús en ti confío”. Y esa filosofía profunda sólo resulta apta para ser entendida por los intelectuales y para ser comprendida por los sabios.
Como no soy ni lo uno ni lo otro daré un rodeo: lo que quiere decir Faustina es que el hombre necesita confiarse porque no puede dar razón de su existencia. Y esto es lo que tantos expertos no entienden: no se le pidió permiso al hombre para nacer ni se le pedirá permiso para resucitar, así que el abandono en manos de Dios no es un opción, es una necesidad.
No se le pidió permiso al hombre para nacer ni se le pedirá para resucitar
Ocurre que, con la plaga del ateísmo, se fue la verdad al cielo… y ya saben: “tal la pusieron los hombres que desde entonces no ha vuelto”.
Hasta tal punto el abandono en manos de Dios es la clave de la historia que de él depede la correcta interpretación de la valentía. Se trata de uno de los conceptos más difíciles de la humanidad. Ejemplo: a Cristo no le gustó la valentía violenta de Pedro en el huerto de los olivos, espada en mano. Sí la de juan, que huye del enfrentamiento físico con los guardias sin levantar el puño, pero no le niega ante los criados y le acompaña en la cruz mientras todos los poderosos, los institucionales del mundo, le desprecian. Esa valentia pacífica, que no pacifista, que precisa el mayor de los corajes, sólo es posible desde la plena confianza en Cristo y el total abandono en sus manos. Es más valiente Juan que Pedro... y esta es la historia misma del mundo. Esa y la guinda de la tarta: tras la petición de perdón, el redentor elige como primer Papa al cobarde Pedro y no al valiente Juan. Paradojas divinas, que le dicen.
O sea, que la valentía física es poca valentía: escasa, insuficiente.
Valentía no es la del violento Pedro sino la del pacífico Juan.
Así que es hora de volver a las verdades primeras, aunque, por mor del ateísmo práctico, del materialismo cotidiano en el que nos movemos, no seamos capaces de verlo. Necesitamos recuperar la filosofía del abandono en esa imagen que están ustedes viendo: la imagen que Kowalska ordenó pintar para represenar la Divina Misericoria. Solos no podemos. El futuro del mundo se juega en esa palabra: confianza. En Cristo.