Alantra, considerado como el mayor banco de inversión español -independiente de los grandes grupos, se entiende-, con Santiago Eguidazu al frente, no ha tenido un buen año en 2020.
Ante la merma del negocio se ha visto obligado a reducir costes, hasta unos extremos que es imposible que no afecten a la calidad del servicio.
Tanto en operaciones corporativas como en gestión de activos, los ingresos han caído, lo que sólo ha podido compensarse con una brusca reducción de costes. Al final, el resultado de explotación ha caído en un 14,5%.
Aunque la política de la compañía es distribuir entre sus accionistas el 100 por 100 del beneficio, el dividendo se queda en los 0,75 euros por acción.
En el terreno positivo destacar la celeridad con la que ha reaccionado el equipo de gestión.
Ahora bien, un banco de inversión de este tamaño vende el talento de sus empleados. Sabido es que Eguidazu rota a toda velocidad a sus gestores al menor síntoma de debilidad o de fracaso. El riesgo para un banco de inversión de escaso volumen es, precisamente que el margen de error es menor que el de aquellos colegas internacionales que les decuplican en tamaño. Por otra parte, el Covid no ha provocado las esperadas operaciones corporativas de corte defensivo: lo que ha provocado es la parálisis de los mercados. Y eso no es bueno para un banco de inversión