Los siete dolores del Corazón de Cristo es una antigua devoción muy apropiada para el mes de junio, mes del Sagrado Corazón de Jesús, terminados ya esos 100 días que unen Cuaresma-Pascua, con los apéndices de la Fiesta de la Santísima Trinidad, dedicada a las almas consagradas, y el grandioso Corpus Christi.
El primero de los siete dolores del Corazón de Cristo es la traición de Judas y ojo, su comunión sacrílega durante la Última Cena, la primera de las profanaciones eucarísticas de la historia. Hoy estamos muy al tanto de este punto, créanme.
¿Qué sentido tiene este primer ataque? Hombre, parece claro: Judas era uno de los elegidos, llamado a ser uno de los doce rectores de la Iglesia naciente. Por tanto, la ingratitud y la profanación parecen referirse a todos nosotros, hombres del siglo XXI, ciertamente, pero especialmente a la jerarquía eclesiástica que está tolerando y a veces alentando, profanaciones del Santísimo.
Y si, como alguien ha dicho, el coronavirus fuera el primero de los dolores… y quedaran otros seis.
Lo digo, porque el Covid ha servido para reducir el milagro cotidiano de la Eucaristía y a menospreciar al Santísimo con comuniones sin confesiones, perpetradas de cualquier manera. Por ejemplo, el hecho de comulgar en la mano, y no delante del sacerdote, ya dice algo, pero aún dice más el hecho de que los propios curas ponen todo tipo de pegas al feligrés que exige su derecho a comulgar en la boca y de rodillas. Esto resulta más significativo que aquello.
Deberíamos interpretar el primero de los siete dolores del Corazón de Cristo: la traición y la comunión indigna de Judas, figura de la ingratitud de los cristianos y de la jerarquía. E insisto: creo que eso, pasando de la eternidad al tiempo, es la era del virus del Covid: estaríamos en el primer dolor.
Segundo dolor: la agonía en Getsemaní ante la indiferencia de todos… y de sus próximos.
La indiferencia de la sociedad actual ante el sacrifico redentor de Cristo. Somos ateos prácticos, no teóricos. No decimos que no creemos en Cristo porque ni tan siquiera nos planteamos creer. Nos hemos convertido en una sociedad de esnobs. Y así, ¿para qué ha muerto el Hijo de Dios en una cruz? ¿Y todo esto tiene algo que ver con la progresiva desaparición de la Eucaristía? A lo mejor.
Tercer dolor del Corazón de Cristo, continuador del segundo: el abandono, la ingratitud del ser humano. Huyen Pedro, Santiago y Juan del Huerto de los Olivos y le dejan solo. A lo mejor se puede identificar con la desbandada general de tantos sacerdotes y laicos, presuntamente comprometidos.
Habrá que insistir, los males de la Iglesia del siglo XXI están dentro, no fuera de la misma.
Pues bien, ahora recuerden los cuatro dolores restantes del Corazón de Cristo y cada cual, si así le pete, que lo identifique con la actual situación de la Iglesia:
Cuarto dolor: la negación expresa de Pedro. Aquí ya entramos en el terreno de los fieles y en el de los valientes del primer momento, como Pedro, que luego son infieles y cobardes. Posiblemente, la traición de Pedro resultara más dura e insufrible para el corazón de Cristo que la de Judas.
Quinto Dolor: Encuentro con su Madre. Ojo, en este caso el dolor de Cristo por el dolor de su madre, adalid del género humano. Es decir, el sufrimiento de Cristo por el dolor del hombre actual, confuso y temeroso ante la existencia. Sólo Cristo sabe amar así: le hace sufrir el hombre pero sufre por el hombre que vaga sin sentido por la existencia.
Una laceración doble que da lugar al…
Sexto dolor: María al pie de la cruz, continuación del anterior. Es el momento en el que Cristo nos da a su madre por madre del género humano en la persona del adolescente Juan. Los místicos del momento otorgan un protagonismo axial a la Madre de Dios en el momento actual.
Séptimo dolor del Corazón de Cristo. El abandono total, en la frase -un salmo de la Escritura- más incomprendido de todo el evangelio: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”. Incomprensible si no se estudia bajo el misterio de la Santísima Trinidad… que Dios no tenía por qué revelarnos y, sin embargo, lo hizo. Porque es Dios Hijo quien, en medio del dolor, como haríamos cualquiera de nosotros, le reprocha a su Padre que le haya abandonado. En ese diálogo trinitario, bien podemos imaginarnos al Padre respondiéndole al Hijo que él mismo pidió el anonadamiento, la suprema humillación y el suplicio de la cruz… por amor al hombre.
En cualquier caso, estamos ya en las 3 de la tarde del día de Viernes Santo. Ocurrió en Jerusalén, en la década de los años veinte o treinta del siglo primero, pero a mí que me parece que la antigua devoción de los siete dolores del Corazón de Cristo resulta la mejor crónica periodística, noticia de alcance, de este siglo XXI, de esta etapa fin de ciclo de la historia humana.
Lo que pasa ya pasó.