Enrique Múgica ha muerto la noche de Viernes Santo por coronavirus, a los 88 años de edad.
Cuando en 1996 ETA asesinó a su hermano Fernando, don Enrique comprendió que no se podía fiar de los nacionalistas vascos, ni aunque presumieran, como siguen presumiendo, de progresistas. O sea, al revés que Pedro Sánchez, al que el PNV llevó a Moncloa con sus votos y, por lo cual, está dispuesto a rendirles pleitesía.
Enrique Múgica, felipista desde el Congreso de Suresnes, ministro de Justicia y Defensor del Pueblo, número tres del PSOE durante muchos años, comprendió con el asesinato de su querido hermano, que la raíz ideológica del PNV era la misma que la de los proetarras de Herri Batasuna: ese racismo primario que llevaba a considerar inferiores al resto de los españoles. No eran iguales, ciertamente, porque el PNV no mataba, pero se guiaban por el mismo ideario: unos meneaban el nogal y otros recogían las nueces. Igual, por cierto, que ha ocurrido en Cataluña.
Desde entonces se convirtió en enemigo del PNV, al igual que Felipe González o Alfonso Guerra, y eso que éste último no pertenecía a la misma familia ideológica de Múgica.
En el PSOE de Sánchez no se admiten críticos, sólo aplausos
Ojo, Enrique Múgica no llegó a la etapa final y lógica de esa trayectoria. Porque para un español de las últimas décadas del siglo XXI, como era Enrique Múgica, las alternativas eran: o Cristo, o el agnosticismo progre, o profesar la religión del nuevo dios nacionalista, el nuevo credo ateo que adoraba al dios Independencia, llámese Cataluña o llámese Euskadi.
Si miramos su trayectoria pública –la privada la desconozco- Múgica no alcanzó, al menos, la tercera.
Naturalmente, quedó fuera del Sanchismo. En el PSOE de Sánchez no se admiten críticos, sólo aplausos. Y si para mantenerse en el Gobierno de España hace fala pactar con los enemigos de España, Sánchez lo hará. No de muy mala gana, como se viene demostrando.
No me extraña que Sánchez huya como de la peste de los felipistas: son gente sensata.