Cuenta George Weigel, el biógrafo por antonomasia de San Juan Pablo II, que, siendo obispo de Cracovia, en pleno comunismo polaco, Karol Wojtyla recibió la visita de un párroco apesadumbrado. Venía a pedir dinero porque los comunistas exigían un impuesto especial a los católicos, con el sano propósito de desanimar la práctica religiosa en aquella Polonia de fe perseguida pero firme, que los soviéticos no conseguían anular. Si el párroco no pagaba la extorsión sería detenido y encarcelado.
En contra de lo que esperaba el buen cura, el obispo Wojtyla no le dio ni un zloty. Por el contrario, le aconsejó que entrara en prisión.
Y así fue. Ahora bien, una hora después de que nuestro buen cura fuera detenido por la policía polaca, el obispo Wojtyla se presentó en la iglesia del detenido y se erigió en párroco. Comenzó a administrar los sacramentos y a atender las necesidades espirituales de los fieles, ante el asombro de los parroquianos y de la policía, que no sabía a qué atenerse. Wojtyla retaba al régimen: habéis detenido al párroco, detened también al obispo… si os atrevéis.
Y lo mismo hizo cuando los comunistas crearon la ciudad socialista modelo: Nowa Huta. Los comunistas no construyeron ninguna iglesia, claro está. Además, prohibieron la celebración de toda actividad católica. La siguiente Nochebuena, el obispo Wojtyla se plantó en medio de Nowa Huta y, en un descampado, celebró la Misa del Gallo, en medio de la gélida noche polaca. La policía cargó contra los presentes y entonces Wojtyla fue muchas más veces a celebrar la eucaristía en Nowa Huta, templo del socialismo.
Al final, el régimen concedió la construcción de una Iglesia en Nowa Huta. Mejor eso que enviar a los antidisturbios y encabronar a la población.
Señores obispos: no obedezcan la ley injusta, enfréntense al Gobierno Sánchez-Iglesias. Lo más importante no es la legalidad, ni la salud: lo primero es Cristo
En otras palabras, Wojtyla no transigió con el chantaje ‘progresista’: en la Polonia comunista pagar un impuesto, en la España de 2020 cumplir la ley del infame gobierno sociopodemita de prohibir la Santa Misa.
Señores obispos, con todo respeto: ni lo primero es la legalidad, ni lo primero es la salud, lo primero es Cristo. San Juan Pablo II es un modelo de lucha pacífica pero valiente contra las tiranías cristófobas. No entro a discutir: es posible que el Gobierno de Pedro Sánchez no sea una dictadura -no todavía- pero sí es cristófobo: rebélense contra él.
Como respondió la comisaria de policía, María Pilar Allué a Hispanidad, “La normativa vigente no ampara ese tipo de celebraciones”. La normativa tampoco amparaba las misas en Nowa Huta. Pero Wojtyla, con dos narices, las ofició.
Una sutil diferencia: Allué asegura que la policía nacional no desalojó la Catedral de Granada durante los oficios de Viernes Santo. Cierto: le dijo al obispo Martínez que a él no le pasaría nada pero que sus feligreses podían ser detenidos por romper el confinamiento para asistir a los oficios de Viernes Santo. Es decir, Allué no apuntó su pistola contra el padre –el obispo- sino contra sus hijos –los feligreses-, que es peor.
Pues ni así hay que ceder. Puedo equivocarme, pero estoy seguro que los allí presentes hubieran preferido ser detenidos antes que soportar la legal injusticia.
El santo Wojtyla marca el camino, queridos prelados españoles. Primero Cristo, luego los fieles, luego la legalidad vigente. No obedezcan a la ley injusta, enfréntense al Gobierno Sánchez-Iglesias.