Dicen que el coronavirus ha disparado la nostalgia del pasado… todavía más.

Pues yo debo ser un tipo muy raro, porque nunca he sentido nostalgia, tampoco de mi niñez o de mi juventud. Me siento mejor ahora, a los 61 años, que en esa mocedad que al parecer, tantos añoran.

Más cansado, ciertamente, pero no cambio esta vida por la mía en el siglo XX, donde todo era confusión (confundido yo y confundido el siglo).

En materia de virtud la experiencia es la madre de la ilusión

Ningún mérito personal, dado que en mi caso lo único reseñable es que las almas no mejoran con el tiempo pero sí se serenan, a costa de renunciar a lo superfluo y que, a mi edad, cosa que no ocurría a los 20 años, el eje de mi vida es el diálogo con Dios y la Eucaristía. Sí, el secreto para superar la nostalgia es la oración.

Con la edad, te adaptas más al mundo. Pero esto no es bueno: suele suponer, no que entres en el mundo, sino que el mundo entra en ti. Que te vuelve mundano, digo.

Y lo más peligroso, lo de Clive Lewis: en materia de virtud la experiencia es la madre de la ilusión.

El secreto de la vejez consiste, no en vivir atrapado en el futuro, intentando una supervivencia a cualquier precio, olvidando que los médicos no nos han alargado la vida, nos han alargado la vejez.

Los médicos no nos han alargado la vida: sólo nos han alargado la vejez

El peligro consiste en ser absorbido por la nostalgia del pasado. Y al fondo, el secreto más prominente, que da razón de tantos cuerpos desgastados -lógico- pero también mortecinos -nada lógico-: si la muerte nos provoca miedo, entonces no me extraña que nos engolfemos en la nostalgia. Una huida como cualquier otra, pero la huida siempre conlleva angustia.

Supone que el secreto de la ancianidad consiste en vivir en presente, con la esperanza de la vida eterna -sí, eterna- y con la gratitud, constante, inmensa, por el regalo de haber vivido. Pasado y futuro sólo coinciden en el presente.