Viernes, 12 de febrero. Se cumplen ocho años de la abdicación de Benedicto XVI como Papa. Seguimos sin saber por qué abdicó pero algo está claro: no lo hizo porque las cosas fueran bien sino porque iban fatal.
‘Deus Caritas est’ es uno de los textos más representativos del pontificado de Benedicto. Era su tercera encíclica. En ella dice lo siguiente: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
Seguimos sin saber por qué abdicó Benedicto pero algo está claro: no lo hizo porque las cosas fueran bien sino porque iban fatal
En otras palabras, lo que decía el Papa Ratzinger es que la fe cristiana no consiste en un qué, sino en un quién. No creemos en algo, en una doctrina sapientísima -que también-, creemos, esperamos, amamos y, por tanto, tratamos, a Jesús de Nazaret, el Dios hecho Hombre. Benedicto XVI ha lanzado muchos mensajes al mundo pero este lo considero el primero y principal. No hablamos de razón sino de corazón. Y lo dice un intelectual de la talla de Ratzinger.
Idea que, eso sí, hay que complementar con aquella otra de San Agustín (por cierto, el ídolo de Ratzinger): “Puedes decirme ‘no he visto a Dios’, pero, ¿puedes decirme ‘no he visto a mi hermano’? Ama a tu hermano. Si amas a tu hermano que ves, también verás a Dios, porque verás la caridad y dentro de ella habita Dios”.
Ya saben, en contra de lo que se piensa, el filósofo era Karol Wojtyla, el teólogo era Joseph Ratzinger, no al revés. Por tanto, San Juan Pablo II tenía querencia a Tomás de Aquino mientras Benedicto XVI propendía a Agustín de Hipona.
Dios es amor y el virus nos entristece
En cualquier caso, volviendo a la encíclica ‘Dios es amor’ lo cierto es que pone el dedo en la llaga sobre uno de los grandes errores del siglo XXI: Ratzinger se adelantó a su tiempo porque el gran problema teológico de la actualidad, bien visible en nuestros medios informativos, consiste en considerar a la Iglesia como un qué y no como un quién. Nos pasamos el día debatiendo sobre dogma y doctrina cuando la vida interior no consiste en captar una gran idea sino en el encuentro con una persona: el encuentro en definitiva, con Dios Padre, un Dios que me ama, porque Dios es amor.
Ya he contado algunas veces la reacción de un periodista, buen periodista, aún hoy en activo- que tras leerse mi libro “¿Por qué soy cristiano y sin embargo periodista?” (sí, existen unas cosas llamada libros, se hacen en papel y dicen muchas cosas, no todas excelentes), me respondió a lo filósofo: “Sé que Dios existe porque si no existe nada tiene explicación, pero no trates de convencerme de que está pendiente de mí. No me lo creo”.
No sé si se lo sigue creyendo pero en estos tiempos de coronavirus resulta muy conveniente recordarlo: Cristo es amor y es. Al mismo tiempo, el Dios que vive pendiente de la palabra del hombre.
En consecuencia, el cristianismo -aunque también- no es una filosofía de vida, el cristianismo es un modo de vida, enmarcado en la realidad, no de la existencia de Dios, sino en el ‘Deus Caritas est’ (Dios es amor).
En tiempos de Covid, con el personal con la jeta alargada hasta el ombligo, con la melancolía y la indolencia invadiendo nuestra sociedad, ¿también? También. De hecho, ahora más que nunca. Menos reflexión y más oración. Ciertamente, sobre Jesucristo nunca reflexionaremos bastante pero ya ha habido quien ha reflexionado mucho y bien a lo largo de veinte siglos, especialmente la Iglesia. A Cristo no hay que estudiarlo, hay que vivirlo. Además, mi experiencia, me temo que la de otros muchos, es que el pecado del intelectual es la soberbia. Quiero decir, que bien está estudiar a Dios pero siempre se corre el peligro de que el estudio consista en exigirle a Dios que se nos muestre, a fin de someterle a una especie de concurso-oposición sobre la hipótesis de su existencia y de su naturaleza. Y no es que Él no quiera presentarse a esa oposición, es que nuestras entendederas no dan ni para juzgarle ni para entenderle. A Dios se le entiende en la oración.
Y todo esto viene a que, en el momento actual, Dios representa la única vacuna real contra el veneno más nocivo causado por la pandemia del Covid, es decir, contra la angustia vital y la desesperanza profunda de una sociedad presa del miedo.
La verdad está en la caridad. Y la alegría también. Por eso, no importa que seamos minoría
Siento decirles que ni Moncloa tiene remedio para la agonía de tantos millones de personas dominadas por el pánico. Sólo el diálogo con Cristo en oración puede curarnos.
No, Pedro, cuando hablo de diálogo no me refiero al diálogo político, hablo de otra cosa. Luego te explico.
A todo esto, seguimos sin saber por qué abdicó Benedicto XVI pero algo está claro: no lo hizo porque las cosas fueran bien sino porque iban fatal.
Además de explicarnos que incluso la verdad se encuentra en la caridad. Y la alegría también. Por eso, no importa que seamos minoría. Sí, porque, y esta es otra enseñanza de Benedicto XVI, los católicos ya no somos mayoría social y el cristianismo no es la atmósfera cultural imperante.
A lo mejor por eso abdicó. O por la mala leche de algunos que le rodeaban. Vaya usted a saber…