A la muy ilustrada, verdadera faro de luz, bombilla de La Moncloa, en sus ratos libres ministra de Educación del Gobierno Sánchez .que se confiesa ateo- doña Isabel Celaá, le faltó tiempo para pregonar la nueva oferta de los obispos españoles. El trío que hoy manda en la Iglesia española -el cardenal de Barcelona, Juan José Omella, el cardenal de Madrid, Carlos Osoro y el obispo Luis Argüello- atemorizados ante las amenazas de Celaá de expulsar a Cristo de la escuela con su nueva ley de Educación, han aceptado el mal menor -más mal que menor- de introducir la enseñanza de religión dentro de un ámbito moral global en la escuela, dentro de una asignatura o bloque de asignaturas que enseñen valores morales (si son valores son morales, ¿verdad?), tales como la convivencia, el respeto a la diversidad y otros fenómenos extraordinariamente virtuosos.
Es decir, los obispos aceptan que de Cristo ni se les hable a los menores.
Insisto: el jueves 8, los equipos de propaganda, perdón de información, de Isabel Celaá tardaron minutos en pregonar por los medios afines que los obispos habían aceptado lo que, en su particular traducción de (este Gobierno lleva manipulando las declaraciones y posturas de la Iglesia dos años largos) la postura episcopal supone aceptar el cambio de la asignatura de Religión por algo similar a la Educación para la Ciudadanía o Valores Cívicos. Y si no es así, ya se encargará Celaá de que lo sea.
Enseñar religión es enseñar a hablar con Dios, no educar para la convivencia. La vida interior es mucho más que moral o ética
Ahora bien, la enseñanza cristiana no es “educación moral”. Para eso, mejor aceptar que la religión salga de la escuela y dar la batalla en el cheque escolar… que es donde siempre debía haberse dado.
No se trata de que los políticos, tampoco obispos, decidan qué se les enseña en las escuelas a los niños espñaoles. De lo que se trata es de que los padres, sujetos del derecho a la libertad de enseñanza, sean quienes decidan qué se les enseña a sus hijos en el cole y qué no se les enseña. Y les aseguro que unos padres que desean educar a sus hijos en cristiano no pretenden que les formen como a un buen ciudadano que paga sus impuestos -eso es una consecuencia más y siempre que la ley sea justa- sino que les enseñen a hablar con Cristo, en el hogar y en la escuela. Y de paso, que les instruyan en cosmovisión cristiana de la existencia. Y esto, tanto en escuela privada como en la pública… porque los padres católicos también son ‘públicos’. Tan públicos como los padres ateos.
El peligro no está en que el Gobierno prohíba la Eucaristía sino en que la prohíban los obispos. por razones de salud pública… algo que ya ha ocurrido
Enseñar religión es enseñar a hablar con Dios, no educar para la convivencia y la fe es mucho más que moral o ética.
Se trata de otro error, además de otra cesión, de los obispos españoles a un gobierno cuya marcas de fábrica son la cristofobia, el odio a Cristo, y la cristianofobia, el odio a los cristianos, especialmente a los cristianos coherentes. Las víctimas de este proceder serán los niños, la próxima generación de españoles. Encima la están dando al Gobierno la coartada que más le satisface: fijaos, hemos dialogado hasta con los obispos y hemos llegado a un acuerdo: hasta la Iglesias nos da la razón. Y luego, naturalmente, no solo aplicarán ese sinsentido aceptado por la cúpula episcopal sino que irán, directamente, a corromper a los menores con ideología de género y demás instrumentos… para la convivencia democrática.
Padres católicos: mejor que enseñéis el catecismo, y a rezar a vuestros hijos en casa y que fuera os ayude el párroco… aunque fijaros bien a qué parroquia les lleváis.
En paralelo, y esto resulta igual de peligroso, desde la Conferencia Episcopal se acepta que la lucha contra el coronavirus exigirá el cierre de los templos “por razones de salud pública”.
Canta la liturgia que, al final de la vida se nos juzgará del amor. Menos mal porque si se nos juzga por nuestra inteligencia… estamos aviados
Ejemplo, en el suplemento religioso del ABC, Alfa y Omega, dependiente del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, se publicó el pasado jueves una entrevista con la muy eximia investigadora Margarita del Val. Tras aconsejarnos que no cantemos en misa, porque eso provoca contagios, esta científica, que lleva citándonos a todos para el cadalso desde el pasado mes de marzo, culmina su alegre perorata de la siguiente guisa: “Siento decirte que hay que restringir al máximo los aforos en Misa y las visitas a las parroquias”.
Eso, dicho por una “científica” avalada por la televisión -recuerden: los científicos avalados por la tele son los nuevos oráculos de fe- en una revista editada por un obispo que suspendió las eucaristías en Madrid el pasado 14 de marzo, por razones de salud pública, resulta un banderín de enganche a algo mucho más peligroso que el sincretismo en la escuela. Es la llamada a la suspensión de las eucaristías, no por el poder político, sino por la propia jerarquía eclesiástica.
De ahí a cambiar la Eucaristía por la adoración de la Bestia sólo hay un paso.
Pero recuerden: es por razones de… “salud pública”. ¿Acaso hay algo más importante que la salud?
Menos mal que, al final de la vida a los católicos, dice el Catecismo -y hasta el cántico litúrgico-, ese catecismo que tanto odia Celaá, se nos juzgará del amor, porque si se nos juzga por nuestra inteligencia… estamos aviados.