La primera libertad de todas es la libertad de espíritu. ¿En qué consiste? Pues no consiste en hacer lo que me de la gana, como sospecha alguno que yo me sé, sino en hacer lo miso que Dios quiere –o lo que considera que es bueno-… ojo, no porque así esté mandado sino porque yo lo quiero, lo hago mío… hago mío el bien.
Es decir, somos libres de espíritu cuando hacemos lo que Dios quiere porque nosotros también lo queremos, no por imposición y no por temor a la sucesión inexorable de miedo a la ley, miedo al delito, miedo al castigo. El hombre que actúa así tiene libertad de espíritu, ergo, es un hombre libre.
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Juan Luis Cebrián, cuya influencia periodística aún perdura, repetía que la libertad es el fruto de la concesión de libertades públicas. Es justamente al revés, Janli: son las libertades públicas las que se concretan en la libertad de espíritu. De nada me sirve una constitución si se produce en una de estas tres condiciones:
1.Soy esclavo de mis deseos y/o caprichos, que aplaca esa atracción por la bueno y el ansia de paz y de felicidad y de alegría de cualquier bien nacido.
2.Soy relativista: aseguro que no sé lo que está bien ni lo que está mal, ergo me guio por la ley y por el miedo a la ley, que conlleva el miedo al castigo que la sociedad impone a todo delincuente. No soy libre, soy esclavo de la ley. Además, la ley puede ser injusta, por lo que su cumplimiento me lleva a instalarme en la injusticia, un lugar francamente incómodo.
3.La negación más total de la libertad de espíritu viene cuando, no es que ya no distinga entre el bien y el mal, sino que viene cuando he dado un paso más y me he situado en el escenario de la blasfemia contra el Espíritu Santo (me temo que es el mundo del siglo XXI, nuestro mundo), ese pecado que no se perdona ni en este mundo ni en el otro. En ese momento, ya no es que no distinga entre el bien y el mal, es que los invierto, llamando bien al mal y mal al bien.
Libre de espíritu es aquel que hace el bien porque quiere, no por temor a la ley, al delito y/o al castigo
En ese momento, ya no poseo libertad de espíritu ni libertad en sentido alguno, pues me he convertido en esclavo d la ley y de mi conciencia perturbada, a perpetuidad… un zombi incapaz de tomar conciencia de su condición de zombi, porque ha perdido la conciencia. Un zombi que pretende seguir siéndolo porque no sabe ser otra cosa.
Y tengo para mí que la pérdida de la libertad de espíritu en este nuevo siglo tiene mucho que ver con el hecho de que ahora hablemos más de derechos que de libertades.
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Es más, el concepto, ayer sagrado, como debe ser, de ‘libertad’, casi se ha vuelto sospechoso. Vivimos hoy un regreso al protestantismo. Lutero fue el primer moderno que se cargó la libertad de la raza humana: todo era gracia y con ello anulaba la capacidad del hombre para corresponder a esa gracia.