Lo malo no es que el Gobierno italiano de Giuseppe Conte, con la excusa del coronavirus, ordenara el cierre de las Iglesias en Italia, lo malo es que los obispos italianos lo aceptaran casi sin rechistar. Torcieron el gesto y poco más.
Porque cerrar las iglesias no supone, sólo, que la gente no pueda entrar a rezar. Significa que los católicos no pueden comulgar y entonces hay que recordar aquello de que la Iglesia vive de la Eucaristía. Y si no, no vive.
Se nos está colando El Anticristo -con perdón- al rebufo del coronavirus. Sí, he dicho el Anticristo. No se alarmen, no se trata de nada extraño: se trata de un personaje que no deja de aparecer en la Biblia… en la biblia que creemos los cristianos.
El coronavirus es un banco de pruebas para la prohibición de la Eucaristía, así como para comprobar la capacidad de los católicos actuales ante el martirio
El coronavirus es un banco de pruebas para la prohibición de la Eucaristía, objetivo primero del Anticristo y del final de la historia, así como para comprobar la capacidad de los católicos actuales ante el martirio. Y así, de entrada, uno diría que, a día de hoy, no es mucha. Recuerden la frase de San Juan Pablo II: el martirio del siglo XX es la coherencia.
Y a lo peor no hace falta que el Gobierno Sánchez cierre las iglesias: a lo mejor lo hacen los propios obispos y los propios curas. Ejemplo: el obispo de Madrid, la ciudad más afectada por el coronavirus (que tampoco es para tanto, es un virus ultracontagioso pero menos letal que otros) Carlos Osoro, decidió, mañana del viernes, que se siguieran celebrando eucaristías y con los templos abiertos. No había pasado una hora cuando ya tuve noticia de dos párrocos que habían decidido suprimir la eucaristía por 15 días. Y eso sin consultar a su vicario. Y eso porque Osoro había colocado esa excepción: que decidan los vicarios. Al parecer todos han decidido que iglesias abiertas sí pero misas no.
El coronavirus también puede ser un ensayo demoniaco para la futura iglesia clandestina. Sí porque la corriente del Anticristo, consiste en suprimir el santo sacrificio y/o cambiarlo por la Adoración de la Bestia.
Son las tres fases que ya he comentado. Primero se cierran las iglesias por razones de seguridad. Segundo: se fuerza que el sacrificio eucarístico deje de celebrarse, siempre por motivos de salud y/o seguridad. Por último, objetivo final del Anticristo, se cambiará la misa por una ceremonia de adoración a la bestia, lo que los místicos se han referido siempre como la ‘abominación de la desolación’ erigida en el lugar santo (Mt 24) y que, de una u otra forma, puede identificarse con la Adoración de Satán. Es sabido que a luzbel, Príncipe de la luz, el iluminado, le encanta eso de ser adorado, le mola mucho.
A lo mejor no hace falta que el Gobierno Sánchez cierre las iglesias: a lo mejor lo hacen los propios obispos y sacerdotes
Y si me preguntan por la filosofía que siempre acompaña a un cambio de era, les diré que la llegada del Anticristo sólo es posible gracias a la antiteología imperante en este siglo XXI y que responde al fenómeno que Cristo denominara la blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro narrado en el Evangelio cuando los fariseos llamaba a Jesús hijo del demonio, En efecto, hoy llamamos bien al mal y mal al bien: el Anticristo tiene abierto el camino.
El cierre de San Pedro del Vaticano ha provocado cierres en cadena, y si no son cierres es suspensión de las eucaristías, que es mucho más grave que el cierre en si. Los dictados del presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) José Luis Omella y de su vicepresidente, Carlos Osoro, obispos de las dos principales ciudades españoles, se concretarán en esto: en que deje de celebrarse la eucaristía en Madrid y Barcelona.
Aunque parezca muy lejana, inimaginable e incluso inconcebible, ahora, la siguiente fase es la adoración de la bestia, la abominación de la desolación, fomentada, en parte desde la propia iglesia. Y también es el momento, claro está, en que llegue la iglesia clandestina, cuando los curas fieles tengan que oficiar el santo sacrificio a escondidas.
Y también puede ser un ensayo para la futuro que nos espera: la iglesia clandestina
Todo sea por librarnos del coronavirus…
Estamos ante la batalla final, que será cruenta aunque intuyo que corta. Y lo de siempre: Dios no pierde batalla pero nosotros sí que podríamos perderlas.