José Manuel Villarejo está acusado de organización criminal, cohecho y blanqueo de capitales, y está en prisión provisional sin fianza desde noviembre de 2017, aunque no lo parece a tenor de su constante presencia en los medios de comunicación. Una presencia que se ha intensificado en las últimas semanas por las dos últimas piezas separadas del caso Tándem: la del BBVA y la de Iberdrola.
Todo el país está pendiente, incluido Pedro Sánchez, que quiere aprovechar el caso, o los casos, Villarejo para renovar el Ibex, entendiendo el Ibex como la élite de la clase empresarial española. Por ejemplo, Francisco González (FG). Sánchez quiere acabar definitivamente con el expresidente del BBVA, aunque ya está fuera del circuito oficial. Da igual. Para el presidente en funciones, FG siempre será el banquero del PP.
El líder socialista también quiere ‘cargarse’ a Ignacio Galán y a Florentino Pérez, presidentes de Iberdrola y de ACS respectivamente, y no quiere ni ver en pintura al expresidente de Endesa, Borja Prado, que sigue buscando un sitio tras su salida de la eléctrica.
Lo que no olvida Sánchez es el difunto Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), liderado por César Alierta, y la reunión que celebraron algunos empresarios en septiembre de 2016, en la sede de Telefónica, con Susana Díaz y Soraya Sáenz de Santamaría. El objetivo, como adelantó Hispanidad en su momento, era cambiar a Rajoy por Sáenz de Santamaría y a Sánchez por Díaz. A la vista está el éxito del plan.
El caso es que, a pesar de lo embarulladas y poco claras que resultan muchas de las investigaciones realizadas por Villarejo, al que algunos ya califican de chapuzas, el excomisario puede hacer temblar las estructuras de todas las empresas españolas. Aquí no hay ley de punto final y, por ahora, la inquietud se circunscribe al segundo banco español, a la primera eléctrica y a la primera constructora. Pero lo triste es que un país, llamado España, vive pendiente, en sus más altas estructuras de un policía caradura y chapucero, dedicado a grabar a todo el mundo y sin capacidad, ni tan siquiera para entender el valor de sus grabaciones.