• Francisco le lava los pies al moro: la civilización del amor sólo es para los valientes.
  • La modernidad no tiene la conciencia laxa, sino escrupulosa.
  • Es el producto de la tolerancia: considerar que la verdad merece idéntico respeto que la mentira.
  • No pensaba así el hombre que hoy está en el sepulcro y que la próxima madrugada volverá a la vida.
  • A lo mejor es que tenía que creer en la verdad porque él mismo era la verdad. Está clarísimo: Jesucristo no era un demócrata.
Se extraña la madrileña Marga, receptora de mensaje de Jesús y Santa María: ¿cómo es posible que las apariciones de Francia dieran lugar al santuario de Lourdes, las de Portugal al minivaticano de Fátima, mientras en España, las apariciones de Garabandal (1961-65) no hayan dado lugar a santuario mariano alguno? La respuesta es tremenda: porque "en España sois más orgullosos". Y por si no ha quedado claro: "el pueblo francés y el pueblo portugués son más sencillos" que el español. No importa de qué planeta seas: eso duele. Y así, tendremos que darle la razón a don José Ortega y Gasset, hombre tan inteligente como presumido, cuando marcaba la diferencia entre franceses y españoles. Los franceses, venía a decir don José, son vanidosos pero los españoles somos algo peor: somos soberbios. Quizás por ello, si hay una festividad mal vivida en la Semana Santa española -por otra parte ejemplo de corredención para el mundo entero- ésa es la del Sábado Santo. Representa el puente más humilde y desconocido de la Pasión, con todo un Dios en el sepulcro, como si estuviera vencido. Y por otra cosa: a Dios se le encuentra en el recogimiento del alma, aunque se trate de un silencio que no es sino prefacio del diálogo. El cristiano no medita, habla con Dios, pero sólo encuentra al Creador desde la soledad. En términos psicológicos -o sea, insuficientes-, en la introspección en el alma. Y en esas -en doble salto mortal sin red- recuerdo que el Papa Francisco ha lavado los pies a varios refugiados, entre ellos tres musulmanes. Lo ha hecho días después del atentado de Bruselas -32 asesinados-… y ha hecho muy bien. Lo valiente no es responder al odio con oído sino al odio con amor. Ya saben, lo de poner la otra mejilla. Y la mansedumbre exige mucha fortaleza y el perdón mucho coraje. Lo cual no quita, ni un adarme, el derecho a la legítima defensa de un Occidente asediado. Es cierto que tenemos cierta culpa de ese asedio, precisamente por abandonar a Cristo. Y es que Europa no se entiende sin su cristianismo. Ahora, Europa pretende luchar contra el fanatismo musulmán desde los principios en los que no cree ni ella misma. Por eso parece condenada a perder las guerras que siempre ganó. Con los refugiados, el argumento es el mismo: es verdad que Occidente tiene parte de culpa, pero no por haber sido demasiado agresivo –al menos, no desde hace 25 años-, sino por haber sido demasiado cobarde. Y también lo es que el cristianismo tiene derecho a empuñar las armas en legítima defensa pero no es esa la forma con la que Cristo gana las guerras. Eso sólo es cómo responder legítimamente a una agresión. Para entendernos, en palabras de San Josemaría Escrivá: "Dios, Señor de todo lo creado, no afirma su presencia con la fuera de las armas, ni siquiera con el poder temporal de los suyos, sino con la grandeza de su amor infinito". Y entonces pasa lo que pasa: apenas unos días después de los salvajes atentados islámicos de Bruselas, en la tarde del Jueves Santo, el Papa Francisco se va a un centro de acogida y les lava los pies a refugiados, entre ellos varios musulmanes, vulgo moros. Hay que ser muy valiente para hacer eso, porque lo cierto es que Europa está en guerra con el islam pero Francisco en nada cede en la doctrina. Antes al contrario, la pone por obra: no cede en los principios y abraza a las personas. El Papa emplea la fuerza de la palabra y la fuerza de los hechos: ¡eso es tener redaños y lo demás meras imitaciones! Decíamos el Jueves Santo, con la mística polaca Faustina Kowalska por bandera, que el propio Dios confesaba no poder "castigar, aun al pecador más grande, si él suplica Mi compasión". Kowalska puso en marcha la civilización del amor, que supone la recreación política y social del cristianismo. Nada menos que responder con afecto, y con alegría, a quien te ofende. La doctrina de la civilización del amor fue desarrollada por Karol Wojtyla, el Papa que canonizó a su compatriota, Faustina Kowalska, y creó la Fiesta de la Divina Misericordia (domingo posterior al de Resurrección, este año el próximo 3 de abril). Una doctrina de gran actualidad ante la ofensiva yihadista. Es curioso, pensamos que la modernidad es una época de desenfreno –despelote, que dirían los jóvenes- y resulta que lo propio de la modernidad no es la conciencia laxa, sino la escrupulosa, producto de considerar que, en nombre del respeto a los demás, o de la mera tolerancia, la verdad merece idéntico respeto que la mentira. No pensaba así el hombre que hoy está en el sepulcro y que la próxima madrugada volverá a la vida. A lo mejor es que tenía que creer en la verdad porque él mismo era la verdad. En cualquier caso, está claro: Jesucristo no era un demócrata. Eulogio López eulogio@hispanidad.com