Evangelio de San Juan (12, 9-11):
“Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos. Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús”.
Siempre me ha llamado la atención la reacción de los judíos ante la resurrección de Lázaro. Resulta muy política, muy periodística. Ojo al dato: pensaron en matar al resucitado Lázaro porque al verlo, muchos creían en Jesús. Pues natural: hay que cargárselo.
¿Y a qué viene esto? Pues a que hoy, Sábado Santo, no viene mal recordar el episodio inmediatamente previo a la Pasión del Señor que terminara ayer. Por una razón: la crítica más habitual a Dios es la de que no se manifiesta (el silencio del Sábado Santo). Expresiones tales como que Dios no existe porque no responde, o que es un Dios lejano, al que estamos dispuesto a reconocerle la tarea de Creador que no la de Padre.
Dios es creador, pero, sobre todo, es Padre
Unos versículos más adelante (27-30), nueva manifestación, nueva epifanía, otra vez al comienzo de la Pasión, para leer el pasado Domingo de Ramos. Se trata de una nueva ruptura, nueva ruptura del pretendido silencio de Dios:
“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez. Y la multitud que estaba allí, y había oído la voz, decía que había sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Respondió Jesús y dijo: No ha venido esta voz por causa mía, sino por causa de vosotros”.
La creencia que no lleva al compromiso se queda en fariseísmo
Nada, que fue un trueno. Y a partir del ‘trueno’ se producen las tres reacciones de los judíos, que son las tres reacciones de toda la raza humana a lo largo de veinte siglos:
- He visto el milagro, pero no me lo creo.
- Sí, he visto el milagro y lo creo pero, oiga, eso de que los dioses se comporten como si fuesen amos, tiene que acabarse (cita del gran filósofo Astérix): pactemos una entente entre el Creador y la criatura, en condiciones de igualdad, sin prepotencias.
- Este hombre es Dios, no cabe duda, pero tampoco voy a romper con mi vida de fariseo, que me otorga poder, prestigio, dinero y una vida cómoda. Sí, me adhiero a Él siempre que el compromiso no acabe en fanatismo (es decir, en lealtad).
Y así estamos. Y el único mensaje ante este presunto silencio de Dios es que si Jesucristo se manifestara en la Gran Vía (Madrid o Barcelona), no caeríamos a sus pies: le acusaríamos de colapsar el tráfico y molestar al currante repartidor.