Ha llegado la Navidad y en muchos lugares (entre ellos, nuestras parroquias y casas) no falta el tradicional belén. El año pasado, el Papa Francisco, dedicó al significado y el valor del Belén la carta apostólica Admirabile Signum, recordando que es un Evangelio vivo, que nos anuncia la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría, y hace unos días, en su catequesis semanal dentro de la Audiencia General, nos aconsejó “meditar en silenio ante el pesebre y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma maravillosa en la que Dios ha venido al mundo. Esto hará renacer en nosotros la ternura. ¡Y hoy necesitamos mucho la ternura”. Un misterio del que también se han hecho eco diversos santos, entre ellos, san Juan Pablo II, que dijo: “que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo”, como recuerda Catholic Link.
La tradición del belén se remonta a 1223, cuando san Francisco de Asís, a su vuelta de Roma quiso representar el nacimiento de Jesús en una gruta de Greccio: ese fue el primer belén viviente. En la capital italiana, en la basílica de Santa María la Mayor había mosaicos con el nacimiento de Jesús, al lado de donde se había construido en el siglo VII un oratorio reproduciendo la cueva de Belén con restos del pesebre, el cual fue el primer lugar donde se rindió culto al nacimiento de Jesús. Y muchos siglos antes, en las catacumbas romanas, en concreto en la de Santa Priscila había pinturas de la Virgen con el Niño y en la de San Sebastián había escenas de la Epifanía.
El Papa nos aconseja “meditar en silencio ante el pesebre y dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma maravillosa en la que Dios ha venido al mundo. Esto hará renacer en nosotros la ternura”
El nacimiento de Jesús se narra con detalle en el Evangelio de san Lucas, así como la adoración de los pastores, mientras que san Mateo refiere la adoración de los Reyes Magos. Acontecimientos de los que también se han hecho eco distintos santos, así como pintores a lo largo de la historia. Veamos algunos ejemplos.
Empecemos por la Natividad.
San Teodoro de Ancira afirmó que “el Señor de todas las cosas apareció en forma de siervo, revestido de pobreza para que la presa no se le escapase espantada. Nació en una ciudad que no era ilustre en el Imperio, escogió una oscura aldea para ver la luz, fue alumbrado por una humilde virgen, asumiendo la indigencia más absoluta, para lograr, en silencio, al modo de un cazador, apresar a los hombres y así salvarles”, como recoge Catholic Link. En la pintura, los italianos Sandro Botticelli, Domenico Guirlandaio y Giovanni Battista Tiépolo; el griego Doménikos Theotokópoulos (más conocido como El Greco); los españoles Juan Pantoja de la Cruz y Bartolomé Esteban Murillo; y el belga Jacob Jordaens están entre los que reflejaron el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.
La Encarnación del Hijo de Dios es “un mensaje de amor”, en palabras de san Juan Pablo II, que “destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano”. Y con el nacimiento de Jesús empieza la Navidad: “No disimules con oropeles y sonrisas huecas. Quien reposó en un pesebre desea recostarse en tu pobreza y debilidad humildemente reconocidas”, dijo santa Teresa de Jesús. Y por cierto, la beata Teresa de Calcuta nos recuerda que “es navidad cada vez que permites al Señor renacer para darlo a los demás. Es navidad cada vez que estás en silencio para escuchar al otro. Es navidad cada vez que no aceptas aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad”.