Recientemente, tuve una discrepancia con un amigo. Nada extraño en mí. Soy seguidor de Chesterton, aquel que amenazaba “con escribir un libro a la menor provocación”. En mi caso, artículos en Hispanidad.com.
Mi amigo remachó su posición asegurando que se trataba de “una cuestión de principios” lo que, al parecer, daba por zanjada la cuestión.
Ahora bien, lo primero que hay que responder cuando alguien asegura que su posición es firme, pues se trata de una cuestión de principios, es que cada cual puede tener los principios que le peten pero no incurrir en el principio de contradicción, en el violinista en el tejado.
Me explico: si mi principio es “A” y el de mi contrincante es “B”, uno de los dos, el A o el B, es falso… porque, si no, el otro no podría ser cierto.
En la película El Violinista en el tejado, el protagonista escucha una tesis teológica de un vecino, y asiente: es cierto lo que dices. Pero, a renglón seguido, aparece otro vecino que expone la tesis contraria, Nuestro hombre le dice lo mismo: es cierto lo que dices. En ese momento irrumpe un tercero que recuerda: no, o lo uno es cierto o lo otro, pero no los dos al mismo tiempo Y entonces, nuestro protagonista, el hombre del siglo XXI, el paradigma actual, el arquetipo de nuestra sociedad, el signo de nuestro tiempo, concluye: Sabes que tú también tienes razón.
Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, dice un adagio comúnmente acertado para resumir la modernidad. Pues les aseguro que lo que nos pasa en el siglo XXI es eso: que hemos negado el principio de contradicción. Nada puede ser verdad y mentira a un mismo tiempo como nada puede ser y no ser… que resulta, de paso, la mayor de todas las contradicciones que el hombre ha podido inventar.
En la política europea, no sólo española, la anulación del principio de contradicción suele venderse como consenso. No tengo ni la menor idea de por qué puede ser.
Feliz y Santa Navidad.