Voltaire “los médicos recetan medicina de las que saben bien poco para curar enfermedades de las que saben menos, en seres humanos de los que no saben nada”. La verdad es que Voltaire era un cerebro de segunda división, es decir un tipo más listo que inteligente, espabilado pero sin otra respuesta a la pregunta primera del sentido de la vida que su propio resentimiento.
Pero con esa frase predijo lo que iba a ocurrir con el coronavirus… ¡trescientos años después! Además, en aquel tiempo la clase dirigente era menos poderosa que ahora -sí, mucho menos- y todavía la autoridad resultaba más relevante que el poder. Antes del Covid-19, nunca jamás, ante ninguna peste padecida por la humanidad, la libertad había cedido tanto como hoy ha cedido, por el miedo general ante un virus y frente al aprovechamiento espurio que los dirigentes están haciendo de ese virus.
El enemigo ya no es el tirano que coarta mi libertad sino mi vecino de planta… que es un irresponsable, un insolidario y un loco negacionista
En España, por ejemplo, se ha dado una verdadera carrera entre las distintas regiones por ver quién recortar más la libertad de sus ciudadanos, que se han convertido, de la noche a la mañana, en súbditos. Insisto: si mañana cualquier sátrapa autonómico, o central, nos exige andar a cuatro patas para combatir el virus, lo haremos, pues el miedo inoculado en la sociedad, no sólo ante la muerte sino también ante el dolor, se ha convertido en brutal desesperación.
Contemplo a un conocido articulista, de suyo jocoso y de muy buena pluma, clamar contra “la cepa de los irresponsables”, según él peor que la británica, sudafricana o la de no se sabe dónde. El enemigo no es el tirano que coarta mi libertad -los políticos-, sino el vecino de planta, que es un irresponsable, un insolidario y un loco negacionista.
Por su parte, médicos y científicos, espantados ante su propio fracaso, exigen “más cadenas”, como decía la izquierda de los franquistas durante la Transición, que exigían menos libertad. Ahora es la progresía, de izquierdas y de derechas, quien solicita más cadenas y clama contra los pérfidos negacionistas, es decir, contra los sensatos que se llevan las manos a la cabeza, exclamando con toda sensatez y criterio: ¿acaso nos hemos vuelto todos locos?
Lo gobiernos de Asturias, Valencia, Andalucía, Galicia (todavía recuerdo a Feijóo despreciando a su propia empresa -por gallega- Pharmamar, fabricante del Aplidin), Cataluña, Castilla-León, Euskadi, del PSOE, del PP o independentistas, compitiendo por el toque de queda, una medida propia de estados policiales, por convertir al hombre en un ser antisocial y antifamiliar, confinamientos domiciliarios o perimetrales, sin que nadie se atreva a levantar la voz de la sensatez para gritar que, oiga, ¿acaso no ve que el emperador camina desnudo?
La sociedad actual sólo corre un riesgo: el de morir en vida por miedo irracional a la muerte. Porque de algo, y algún día, vamos a morir… pero no por ello vamos amargarnos la existencia
Y la evidencia de que el primer confinamiento domiciliario, el del propio Pedro Sánchez, inició un periodo de ruina económica, sólo conjurada por icos, ertes, deuda pública e impunidad. Una economía anestesiada que significa pan para hoy y hambre para mañana y que permite a la mentirosa Nadia Calviño asegurar que todo va bien, con un rostro pétreo que resultaría cómico si no fuera trágico.
¿Cuál es la única solución a este desvarío? Ser irresponsable, volver a la vía normal cumpliendo, sí, algunas de las escasísimas conclusiones racionales, más que científicas, a las que hemos llegado sobre el covid: la transmisión es aérea, de humano a humano… pero sin volvernos locos. No cerrando ningún medio de subsistencia con la excusa de alargar la vida, porque reducir la libertad no ha terminado con el virus pero sí con la economía, una evidencia ‘científica’ que un mundo de locos se empeña en negar. Y esta negación resulta de lo más irresponsable.
La solución no está ni en el gobierno central ni en los autonómicos. La sociedad actual corre un solo riesgo: el de morir en vida por miedo irracional a la muerte. Porque de algo, y algún día, vamos a morir… pero no por ello vamos amargarnos cada segundo de nuestra existencia.
Mención aparte, mención de bola negra, merecemos los periodistas, verdaderos animadores de esta locura de desesperación. Y cuando logremos controlar nuestra histeria, tendremos la mente clara para buscar el origen de un virus tan extraño en su origen, en su expansión y en su tratamiento, donde las vacunas ha ido más deprisa que las terapias. Lo cual, así entre nosotros, no parece muy lógico.
Un consejo: volvamos a la normalidad. No a la “nueva normalidad” sino a la normalidad de siempre. Porque, para vivir así… “prefiero el virus”.