No me extraña que Friedrich Nietzsche cuente con más adeptos que el tronco marxista, a su vez rama del idealismo y la Ilustración.
Porque la bestia alemana, don Friedrich, santifica la barbarie y eso siempre cuenta con seguidores, amantes del vino, sabor fuerte, no de la cerveza, material diurético.
Nietzsche, presunto mayor enemigo del cristianismo, no discute el dogma, sino que desafía la existencia misma del dogma cristiano, desafía al crucificado. No entra en el melifluo distingo de qué es el bien o el mal, sino que pretende superarlo. El superhombre es bueno porque no se preocupa de la ética de sus actos: sólo se preocupa de ejercitar el poder.
En el XXI, con la posmodernidad, han cundido esos mismos carniceros en gran número
Dicho de otra forma, el superhombre de Nietzsche se encuentra más allá del bien y del mal: sencillamente, está en lo peor. Está donde están los discípulos de Nietzsche: Hitler, Stalin, Mao… los carniceros del siglo XX. Es la voluntad de poder más allá del bien y del mal, que anuncia la muerte de los principios cristianos a manos de la modernidad.
No nos hemos dado cuenta de los demonios que agitaban las profundidades de Europa, esto es, de la conciencia de los europeos. Son los mismos demonios que, con el nuevo siglo, la vigésimo primera centuria, se han quitado la careta.
Para ellos, la voluntad de poder del superhombre supera los vetustos principios de bien, verdad y belleza
Pero insisto: no me extraña que cuente con tantos seguidores. La existencia humana es una aventura ética, es el libre albedrío basado en la elección entre el bien y el mal; es el raciocinio enraizado en un juicio de valor entre la verdad y la mentira; es, finalmente, una estética basada en la diferencia entre la belleza y la vulgaridad.
Pero para estos nietzscheanos redivivos, la voluntad de poder del superhombre supera a los vetustos principios de bien, la verdad y belleza. Ya conocemos sus obras, más nos vale no repetir su historia.