Ocurrió hace pocas días en una iglesia de Madrid. A la hora de la comunión, una feligresa toma el Cuerpo de Cristo y se aleja con Él en la mano, sin consumirlo. El sacerdote se ve obligado a seguirle hasta que se lo introduce en la boca. Al final de la ceremonia, el oficiante se dirige a los fieles, a todos y todas, para recordarles que el Cuerpo de Cristo debe ser consumido delante del ministro.
Y tiene razón: hay mucho cabroncete (observen la delicadeza del diminutivo) suelto y el objetivo de los enemigos de la Iglesia es hoy la Eucaristía, no otro.
Ahora bien, a lo mejor convendría suprimir la opción entre comulgar en la boca o en la mano y pasar a comulgar en la boca siempre. Ya saben que el uso suele terminar en abuso y en conflicto.
Y si el oficiante siente escrúpulo por las babas que se aguante
Comulgar en la boca, donde al menos se lo ponen más difícil al profanador (debería sacarla con posterioridad y sería más difícil de manipular, con una hostia ensalivada), y comulgar, también de rodillas -basta con colocar unos reclinatorios- como señal de respeto al mayor regalo de Dios a los hombres
Se me dirá que esto no es relevante o que la condición más importante para una buena comunión es acercarse en gracia de Dios para no comerte tu “propia condenación”. No sólo libre de pecado mortal (¿a qué suenan antiguas estas palabras? Pues siguen siendo válidas al 100 por 100) sino sin llamar a escándalo. Ejemplo: un cura norteamericano –y lo explica muy bien- al ex vicepresidente norteamericano, el católico rarito Joe Biden, por su defensa del crimen del aborto.
Ahora bien, volver a comulgar en la boca, más que una cuestión formal, puede resultar una cuestión revolucionaria. Bastaría con promulgar la norma. Y si el oficiante siente escrúpulo por mancharse la mano con las babas de los fieles que se aguante: mayor escrúpulo debería sentir el Santísimo con nuestras tripas hediondas.