Una joven con carácter, Jodie, conoce casualmente en un bar a un enigmático motero, Benny, que forma parte de “The Vandals”, un grupo capitaneado por el carismático Johnny.  Enamorada de ese joven se sumergirá en la vida peligrosa de esos hombres que aman la velocidad.

“Mi moto es mi religión” este podría ser una rápido resumen de este drama ambientado en la década de los años 60 y que nos sumerge en la historia del auge y caída de “The Vandals”, un club de moteros que funcionan como una especie de camarilla muy peligrosa. El relato está inspirado en el libro del fotoperiodista Danny Lyon, publicado en 1968, y escrito durante los cuatro años en que fue miembro del Chicago Outlaws Motorcycle Club. La película muestra a un grupo de amigos enamorados de las motos que acaba por convirtiéndose en una banda criminal.

A pesar de que el reparto lo encabeza el joven actor Austin Butler, que estaba magnífico en la película sobre Elvis Presley, aquí está poco definido su personaje, por ello a quienes merece la pena seguir es a Jodie Comer, de alguna forma la narradora de la historia, y al veterano actor Tom Hardy, al que le va como anillo al dedo hacer papeles en historias urbanas.

La película, excesiva claramente en metraje, supone un retrato de esos Estados Unidos donde ya había descontentos con el sistema desde la Segunda Guerra Mundial y, más aún, desde la guerra de Vietnam. Una América sin ideales y con seres humanos que ponen el interés en cosas banales como correr a gran velocidad. Es decir, no acaba de profundizar demasiado y se limita a describir el comportamiento de esas bandas de moteros colegas, que recorrían el país, bebiendo mucho y pensando poco. A su favor tiene que cuenta con una recreación de la época correcta y una banda sonora llena de canciones que la ambientan perfectamente.

Para: los que les guste el actor Tom Hardy, en lo que mejor hace: de personaje duro.