En mayo de 1977 fue secuestrado en su domicilio, delante de algunos de sus hijos, el prohombre vasco Javier de Ybarra Bergé, ya entonces viudo. Los terroristas de ETA pidieron por rescate la descomunal cantidad de 1.000 millones de pesetas, que la familia no pudo reunir. Con esta acción daban un golpe maestro porque Ybarra, “valiente, íntegro y de profundas creencias católicas”, tal como se le describe en la película, era uno de los ciudadanos más respetados de la sociedad vasca, por lo que los asesinos lanzaban así una advertencia a aquellos que no se plegasen a sus demenciales exigencias.
Una de sus nietas, Gabriela Ybarra, a raíz de la grave enfermedad de su madre, intentó acercarse más a su padre, marcado por la violenta muerte de su progenitor. A partir de aquí escribió su novela “El comensal”, una historia intimista, narrada en primera persona, que habla sobre el silencio, el dolor y, sobre todo, sobre el sentimiento de pérdida. Con esos mimbres, la exministra de ZP, directora y guionista Ángeles González Sinde ha elaborado un drama con saltos temporales que entrecruzan dos épocas diferentes y recuerdan ambos fatídicos acontecimientos. Un relato que la cineasta dice que está inspirado en un hecho real pero que contiene elementos de ficción. Solo así se puede entender que en el desarrollo, al igual que suponemos en el relato literario, haya una incongruencia clara cuando la protagonista, ya siendo adulta, hablamos del año 2011, manifiesta que desconocía los pormenores del cruel secuestro de su abuelo, algo absurdo, cuando a golpe de tecla y en internet, cualquier persona se podía enterar, entonces y ahora, de esos terribles datos, que no se describen en la película; además de que el cadáver apareció dentro de una bolsa de plástico, colgada con un clavo en un bosque, la autopsia reveló que la mayoría del tiempo de su secuestro estuvo metido en un saco, no le dieron de comer, por lo que en un mes de cautiverio perdió más de 20 kilos y tenía los intestinos pegados. Tampoco el film profundiza en lo que supuso el primer asesinato de ETA en la recién estrenada Democracia española.
El drama es certero al detallar la paranoia sobre un posible atentado a la que obligaron a vivir a miles de ciudadanos del País Vaco y Navarra, y a miembros de los cuerpos de seguridad, durante decenas de años, y explica la incapacidad del olvido y el perdón cuando un ser querido es torturado y asesinado. Por cierto, que la categoría moral de Ybarra se palpa en la última carta que llegó a manos de sus hijos, en la que precisamente decía que perdonaba a sus captores, de hecho se llevó un misal y un rosario cuando fue apresado.
Sobra por nimio, y porque no aporta nada al relato, la reacción del padre de la protagonista cuando ve las flores begoñas en la habitación del hospital de su esposa que le recuerdan las que había plantadas en su casa familiar. Que uno de los guardias civiles tenga acento andaluz recuerda que, en aquellos años, a los jóvenes de los cuerpos de seguridad se les enviaba al País Vasco como primer destino, muchos de ellos, y también policías nacionales, murieron asesinados, lejos de sus hogares, a manos de la banda terroristas.
Rodada en Pamplona, Bilbao y otras localizaciones del País Vasco, las interpretaciones están bien conseguidas, tanto las de los veteranos Adriana Ozores y Ginés García Millán como los de los jóvenes Susana Abaitua (vista en la serie televisiva Patria) y Fernando Oyagüez. Mientras que la banda sonora, que acompaña perfectamente el relato, de tono triste, es de Antonio Garamendi, el hijo músico del presidente de la CEOE, mientras que su esposa, Isabel Delclaux, es la productora ejecutiva e impulsora de este film, puesto que compró los derechos de la novela para el cine. El matrimonio precisamente se conoció a raíz de la película.
Para: los que quieran ver una visión de las brutales acciones de ETA, dulcificada.