Las diferencias entre palestinos e israelíes, que cohabitan en precario equilibrio, cada vez son mostradas con más talento en el cine, en producciones normalmente de cine independiente. Invitación de boda supone un buen ejemplo.
Abu Shadi es un padre divorciado y profesor de unos 60 años que vive en Nazaret. Le queda poco para vivir solo porque dentro de un mes su hija se casará, pero antes debe entregar en mano las invitaciones de boda… Shadi, su hijo arquitecto que vive en Roma, acude a ayudarlo en ese tema familiar.
Precisamente, esa tradición palestina que perdura hasta nuestros días: entregar la invitación de boda en mano, le sirve de excusa a la joven directora Annemarie Jacir para hacer uno de los mejores retratos de la situación que se vive en ese país, de la forma de entender el mundo dependiendo de la edad, y de la casi imposible reconciliación entre dos pueblos que viven en perpetuo conflicto.
La forma de hacerlo es muy inteligente: para la entrega de las invitaciones pasan un día juntos un padre divorciado, que ante el abandono de su mujer por otro hombre tuvo que criar solo a sus dos hijos, y su vástago, que vive en Italia a la manera europea, y que no comulga con muchas ideas de su padre.
La película es una delicia por el costumbrismo con el que describe las anécdotas que se producen en esas visitas y es dramática cuando la familia afronta el desamparo en el que quedaron tras la marcha de la madre.
Para: Los que les gusten los filmes de corte naturalista