El cómico Dany Boon intenta repetir el éxito mundial conseguido con Bienvenidos al norte. El resultado es bastante mediocre.
Valentin y Constance Brandt son los diseñadores de moda de Paris, su impactante, pero absurdo, mobiliario causa furor. Tanto es así que están preparando una gran exposición en Tokyo, una retrospectiva que incluirá sus obras más representativas. No obstante, Valentin tiene un secreto: para alcanzar esa posición privilegiada ha mentido sobre sus modestos orígenes norteños y en su “curriculum” se ha convertido en huérfano. Todo estalla cuando su peculiar familiar se presenta, sin avisar, en la capital.
Diez años después del estreno de Bienvenidos al norte, Boon vuelve a narrar en pantalla el choque que suponen los contrastes entre el Norte rural, cercano, y el Paris cosmopolita y frívolo. La idea es buena pero su plasmación en imágenes no toca la tecla adecuada de la comicidad y pocos gags hacen reír, ni tan siquiera aquellos que explotan el dialecto ch’ti o ch’timi, que practican los lugareños del norte. La película no aburre pero tampoco despierta entusiasmo por mucho que incluya en su mensaje un asunto que está a la orden del día entre la gente sin personalidad: renegar de tu familia, y tu pasado, por prejuicios sociales.
Como suele ocurrir con las secuelas, lo que marca la diferencia, entre la primera película y su continuación, es la originalidad: aquí brilla por su ausencia. A lo que habría que añadir que, en esta película, el desfile de personajes que contemplamos en acción no son graciosos sino totalmente estrafalarios y fuera de lugar.
Para: Los que vean todas las innumerables comedias francesas que se estrenan, algunas fallidas