Una famosa y exquisita soprano, Roxanne Coss, viaja a un país de Sudamérica, que vive bajo una dictadura, para dar un concierto privado en una fiesta en honor de un rico industrial japonés. Pero la mansión donde se celebra, y donde están congregados embajadores y empresarios, es tomada por un grupo rebelde guerrillero que exige la liberación de todos sus compañeros encarcelados. La dificultad para llegar a un acuerdo con las autoridades hace que se alargue el secuestro en la casa, lo que lleva aparejado una complicada convivencia entre rehenes y captores.
Al director Paul Weitz algunos lo recordamos por la entrañable comedia dramática In good Company (2004), que abordaba con profundidad las relaciones padres e hijos pero también la deshumanización de las grandes compañías que absorben a otras pequeñas sin tener en cuenta a los trabajadores. En Bel canto. La última función sigue interesándose por el interior de las personas, tomando como base el bestseller homónimo de Ann Patchett.
El arranque de la película atrapa la atención, se abordan temas de calado como la posibilidad del diálogo entre individuos de diferente ideología y, fundamentalmente, convence la emoción que produce la música de calidad, sea cual sea la condición social del que la escucha. A este respecto, resulta bellísima la secuencia del concierto que la soprano ofrece mientras está secuestrada. No obstante, aunque la descripción de la personalidad de algunos de los encerrados tiene interés y se ve con agrado, el buenismo que imprime a esas relaciones entre captores y rehenes, una especie de síndrome de Estocolmo extraño, no acaba de ser creíble en algunas situaciones que se proponen: no llegan al disparate pero lo bordean.
Paul Weizt ha reunido a un increíble reparto internacional entre los que reconocerán a la americana Julianne Moore, al japonés Ken Watanabe (El último samurái, Batman Begins), al neoyorkino Christopher Lambert (Los inmortales) o al alemán Sebastian Koch (La vida de los otros).
Para: los aficionados a los dramas con suspense