Dado los tiempos que vivimos de blanqueamiento y olvido a las víctimas, La infiltrada es un relato imprescindible y excelente recordatorio de lo que fue la lucha sin cuartel de los cuerpos de seguridad del Estado frente a la banda terrorista ETA. Lo hace con una historia, basada en hechos reales, que narra la vida de una policía nacional que se infiltró en la banda asesina nada más salir de la academia con tan solo 20 años, y se convirtió en el único miembro del cuerpo policial que convivió con algunos miembros de la organización asesina logrando obtener información que llevó a la desarticulación del comando Donosti.
¿Qué pasa por la cabeza de un infiltrado que sabe que si es descubierto será asesinado al instante? ¿Qué sentían los policías que vivían cada día con la amenaza de ser la siguiente víctima? La acción arranca a mediados de los años 90, y recuerda momentos escalofriantes como el asesinato con un tiro en la nuca del concejal del PP Gregorio Ordóñez mientras retrata la personalidad de esos hombres y mujeres capaces de matar a sangre fría. Unos por la falacia absurda de la falta de libertad del Pueblo vasco y otros porque eran unos auténticos psicópatas. Unos individuos amorales que, como bien se retrata en este film, vivían desconfiando de cualquier ser humano.
Carolina Yuste interpreta magníficamente el papel de una joven policía que quiere defender su país y se mete, sólo con su valor y su ingenio, en la boca del lobo. Una actuación llena de matices donde tiene que transmitir la dualidad de una mujer que tiene que ser cercana a aquellos que la matarían sin pestañear si supieran que es policía.
Se agradece que haya sido precisamente una directora vasca, Arantxa Echevarría, la que ha dirigido y escrito esta película (en el guión con Amèlia Mora). Ambas saben transmitir la soledad de esa infiltrada, alejada de sus seres queridos y de cualquier afecto, en aras de un bien mayor: salvar vidas humanas y acabar con la barbarie.
Con el ritmo adecuado para mantener la tensión todo el metraje, la película recrea en imágenes la complicada vida de los agentes de los cuerpos de seguridad del estado que vivían en el País vasco y Navarra; que tenían que ocultar su profesión, que se veían obligados a mirar los bajos de su coche cada vez que salían de su casa o que temían por la represalia a sus familias. Y eso que la película, en aras de la ecuanimidad, también recuerda veladamente algunos episodios que se produjeron de violencia policial en algún cuartel.
Luis Tosar está impecable encarnando al jefe de la Policía Nacional, el único vínculo que la infiltrada tiene con sus mandos, que tiene enfrentamientos con sus superiores por la forma de afrontar la lucha terrorista. Son anecdóticos pero quizás innecesarios en la película, los “rebotes“ que se coge su personaje por la mayor eficacia de esa lucha por parte de la Guardia Civil.
Las películas sobre las violentas acciones de ETA suelen pasar de puntillas para el gran público, como si no viéndolas la gente decidiera que esos hechos no están ahí. Ocurrió con El viaje de Arián, con la reciente El comensal, o con los excelentes documentales de Iñaki Arteta Trece entre mil o Bajo el silencio. Esperemos que esto no suceda con esta película ni en el País Vasco ni en el resto de España
Para: los que tengan claro que no se pueden olvidar las acciones asesinas de ETA.