En los últimos años la falta de creatividad ha dado como resultado que una parte de los estrenos que llegan a la gran pantalla son remakes o secuelas de películas que fueron un éxito. Por esa razón resulta una bocanada de aire fresco que un largometraje sea original, en forma y forma, y plantee ciertos retos al espectador. Eso ha conseguido Nuria Giménez Lorang con My Mexican Bretzel en el que, con formato de documental y a través de cintas caseras, ha narrado una historia de amor al estilo de las de Douglas Sirk. Un relato que encierra en sí mismo sus secretos y sus trampas, del que no se debería desvelar el final para saborear la experiencia de este trabajo inusual.
Las vivencias de una pareja de clase acomodada durante los años 40, 50 y 60 son narradas con subtítulos, y sólo teniendo como sonido música de fondo, utilizando las grabaciones caseras que el esposo hace de sus viajes y de los acontecimientos más relevantes de su vida. En esa convivencia no faltan secretos, infidelidades, pero también arrepentimiento y decisiones cruciales.
No hace falta decir que el gran reto de la directora, en esta su primera película, fue montar un argumento con sentido de continuidad con esas imágenes que tenía, un total de 29 horas de grabación, y un texto acorde y siempre planteándose que “la mentira es otra cara de la verdad”. Siete años le costó este “encaje de bolillos” que se convirtió en una obsesión desde el momento que empezó a visionar las cintas.
El resultado de este experimento que, insisto, sólo se disfruta plenamente si no se conoce el desenlace, es cuanto menos curioso. Así lo ha entendido el público de los diversos festivales donde ha concurrido y donde ha sido muy aplaudido
Para: los que les guste descubrir en el cine productos originales.