“Los hijos de Dios no están en venta” esa frase se repite varias veces en este drama porque a esos niños, apartados de sus familias y dedicados a los fines más perversos, se les trata como una mercancía, se les cosifica. La trascendencia de la frase también encierra otra explicación clara de la película: delante y detrás de la cámara están los católicos más conocidos de Hollywood, así Jim Caviezel (conocido por La pasión de Cristo) encarna al protagonista, Mel Gibson y Eduardo Verástegui (Bella) están en el grupo de productores. Este último, que también se ha reservado un pequeño pero decisivo papel en la trama, fue el artífice de poner en marcha este largometraje tras charlar hace ocho años con personas que se dedicaban a rescatar niños que sufrían esa lacra.
El drama inspirado en hechos reales de Sound of freedom da más miedo que muchas películas de terror porque lo que narra es el sangrante delito de tráfico de niños, que se da en todo el orbe, muchos para caer en redes de pederastas y, posteriormente, para ser utilizados en el tráfico de órganos.
El protagonista de esta dura historia es Tim Ballard, un hombre que solo hace 10 años dejó su trabajo, de agente de Seguridad Nacional de Estados Unidos, para dedicar todo su tiempo y experiencia a luchar contra esa trata de menores.
La película, en su sencillez (sigue siendo la búsqueda de alguien secuestrado), está muy bien contada, dejando claro que en asuntos tan graves como éste, la explotación de inocentes, siempre se puede tomar partido. Pero que nadie se llame a error, uno de los grandes aciertos de este film, dirigido y escrito por Alejandro Monteverde, es que, como ocurría en el cine clásico, no es explícito en imágenes y utiliza muchas elipsis para evitar todo lo cruel y sórdido que supone el tráfico de niños, pero ello no impide que el espectador imagine y se apiade de esos pobres menores que han sido victimas de esos atropellos. De nuevo el Tercer Mundo se arrodilla ante el Primer mundo, porque la mayoría de esos inocentes son secuestrados en países asiáticos pobres o en suburbios de Hispanoamérica y acaban en burdeles de Estados Unidos o utilizados para contenidos pornográficos. Verástegui ofrece un dato terrible: cada 30 segundos desaparece un niño en el mundo y 57 cada día en México.
Por su contenido de denuncia (que no interesa a muchos poderosos) , la película, que se terminó de rodar en el año 2018, ha tardado cinco años en estrenarse, porque fue rechazada por varias empresas distribuidoras porque no querían que la película se asociara a ellos, como Netflix. Al final, los hechos son tercos y este drama, como ocurrió con La pasión de Cristo, ha sido un éxito de taquilla en países como Estados Unidos o México.
Para: los que quieran contribuir a que esta lacra desaparezca.