Hildegart, nacida en 1914, fue una niña prodigio, y con 18 años ya era licenciada en tres carreras, hablaba varios idiomas, había escrito más de una decena de libros y era una figura muy conocida en el país. Fue una mente de las más brillantes de los años 30 en la República pero, de alguna forma, una especie de Frankenstein, una criatura en la que su madre proyectó todos sus sueños, una relación que acabo trágicamente cuando la joven se rebeló. 

La directora Paula Ortiz realiza un acercamiento a la figura real de Hildegart Rodríguez, una mujer sorprendente desde su nacimiento puesto que fue concebida con ideas eugenésicas por su madre, Aurora, con el objetivo de ser la mujer perfecta, que debía liderar el futuro, capaz de la reforma social y, sobre todo, sexual en España. Pero, aunque la progenitora hablaba de libertad, realmente siempre la sometió a un férreo control en el nido materno. Se trata de la segunda película española de ficción sobre este tema, la primera, Mi hija Hildegart (1977), dirigida por Fernando Fernán Gómez, estaba basada en la novela "Aurora de sangre", de Eduardo de Guzmán.

La virgen roja analiza esa relación enfermiza madre e hija, describiendo a Aurora como una mujer inteligente, pero  desequilibrada, que sólo tenía el objetivo de moldear a su hija a su imagen y semejanza. Al mismo tiempo que narra la evolución de Hildegart que, a medida que fue madurando, aspiraba a otra vida. Igualmente, y aunque con un trazo rápido, asistimos a su cambio político e ideológico que fue desde una ferviente admiradora del socialismo hacia una defensora de un anarquismo utópico, debido a que apreció que los primeros no eran coherentes con su ideología.

La película es un retrato hagiográfico de Hildegart (que tenía muchas luces y sombras en su pensamiento, por ejemplo en sus ideas favorables al aborto), no obstante en ella se ofrece una imagen del feminismo en el que Hildegart contradice la opinión que tenía su  madre de los hombres, como el mal de la sociedad, puesto que  apostaba  por la colaboración con ellos para llegar a la anhelada igualdad de sexos.

Con un buen casting, nadie mejor que Nawja Nimri, con esa mirada inquietante, para dar vida a Aurora, frente a ella Alba Planas, de físico aniñado e  inocente (nada que ver con la Hildegart real) la secunda perfectamente. En el reparto merece la pena destacar la magnífica actuación de Aixa Villagrán, como la asistenta que es capaz de dar el cariño necesario a la joven prodigio. Ya que,  aunque Aurora habla continuamente de amor por su hija, ese amor posesivo no es tal desde el momento en que sólo pretendía su propio bien.

   Destaca, desde las primeras imágenes que transcurren en la casa  de las Rodríguez, que la directora Paula Ortiz transmite la atmósfera asfixiante de lo que es un hogar cuando no es refugio de un vástago sino una auténtica prisión. Muy cuidada en la puesta en escena, la fotografía y una banda sonora que enmarca perfectamente esta historia trágica.

Para: los que les interese esta figura singular de la II Republica.