Tomaron Madrid, no sé si porque no tenían otra cosa que hacer, pero el caso es que la tomaron. Los indignados, cuya supervivencia consiste ahora en enfrentarse a la policía con más soberbia que cualquier autoridad constituida, incluida la policía, chillan expresiones como la siguiente: "No es la crisis, es el sistema".
Vamos que se han quitado la careta: son antisistema, no gente que proteste contra la injusticia del sistema democrático y, en especial, contra las injusticias del capitalismo financiero, generador de la crisis.
Pero no, ahora los cabreados han sido definitivamente abducidos por los antisistema, es decir, por la banda de majaderos entre los que se distinguen dos colectivos: los vagos y los desesperados. No me extraña que el pueblo español les haya dado la espalda y que ya no tengan ningún recorrido internacional. Han perdido una gran oportunidad, de reformar la democracia, porque los antisistema son, ante todo, antidemócratas.
En este punto, hay un factor: la cristofobia. Ya desde los primeros compases del 15-M se dejó ver el anticlericalismo, sólo que ahora ya es descarado: a los convocados en Madrid el 23 de julio sólo les faltaba asaltar los templos próximos a la Puerta del Sol. Se ve que al capitalismo financiero no le tenían mucha manía pero, a tenor de sus gritos y por sus pancartas, su verdadero odio se volcaba contra los cristianos. Sintomático.
Bueno, anticlericalismo y exhibición de culos y vergüenza varias ante el Banco de España que, no lo duden, eso sí que transformará los mercados financieros.
Eulogio López
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