Por eso, el PSOE, que cuenta con muchos votantes naturales en el viejo Reino, lleva bajo sospecha desde el comienzo de la democracia. Durante la Transición, los socialistas fueron partidarios de la integración de Navarra en Euskadi, e incluso el PSN estaba integrado en el Partido Socialista de Euskadi (PSE). Comprobaron que aquella postura era suicida y, como buenos socialistas, siguieron la tónica que marcara el muy poco socialista Pío Cabanillas: "Todavía no se quién, pero seguro que hemos ganado". Dicho y hecho, el PSOE navarro pasó a ser más navarrista que nadie, y el mismísimo Carlos Solchaga se alejó de las ikurriñas y se enfrentó a los batasunos. Hoy, con ZP, el PSOE ha vuelto atrás: con tal de seguir negociando con ETA, ZP está dispuesto a vender a Navarra. ¿Cómo? Con una coalición social-nacionalista, el Tripartito Navarro, la misma que en Cataluña, que en Galicia, que en Cantabria, que en Aragón, como fue en Baleares en su día y como se pretende en Euskadi.
Y así, se dan casos tan absurdos como el de Aragón, donde el Partido Aragonés Regionalista, de origen más derechoso que el propio PP, gobierna con el PSOE. O lo de Cantabria, donde los regionalistas cántabros del PRC, más de derechas que el PP, se han aliado con el PSOE. Y ojo, en Cantabria el que gobierna es el PSOE, pero, eso sí, el que sale en TV es el megalómano, y tontorrón, presidente regionalista Miguel Ángel Revilla. Lo mismo ocurre en el Gobierno de Galicia, y ahora puede suceder en el Ayuntamiento de Vigo, y lo mismo podría ocurrir en Baleares.
El caso navarro es aún más representativo, porque la vasquización de Navarra tiene su origen en el auge de Nafarroa Bai, otra coalición, formada por todo el nacionalismo vasco-navarro: desde el nacionalismo más o menos moderado hasta el independentismo batasuno no violento.
En resumen, ¿qué lección se puede extraer de estas elecciones? Pues una muy sencilla: la fragmentación ideológica del mundo actual exige olvidarse de los partidos y comenzara a hablar de coaliciones. Ya no importan las siglas, tampoco los líderes, sino llegar a unos puntos comunes, a un manifiesto o banderín de enganche al que se apunte cualquiera, independientemente de su apellido o de su origen ideológico, y con ese depósito común, dogma indiscutible, repartirse el poder según la diferencia. Lo inventaron los italianos, y le seguirán todos los demás.
Esta necesidad imperiosa de coalición es especialmente cierta para el voto católico, absolutamente despreciado por el Partido Popular y ofendido con saña por el PSOE e IU. Es más necesario que nunca que todos aquellos partidos que defienden los principios no negociables de Benedicto XVI para los católicos en política (vida, familia, libertad de enseñanza, bien común y libertad religiosa) se unan en una sola opción política, se llamen como se llamen. La coalición es el esquema del Partido Comunista de España, que con la coalición Izquierda Unida logró salvarse de su extinción, es el esquema que marca la política italiana (con un Romano Prodi que ha llegado al poder liderando una coalición de 18 partidos) y es, además, la única posibilidad de romper el actual oligopolio político que forman PP-PSOE y, en calidad de comparsas, Izquierda Unida y los nacionalistas.
Si de los dos grandes partidos hablamos, está claro que el espíritu coaligado ha llegado al PSOE antes que el PP. Todos los ejemplos precitados lo alaban, pero, además, en el caso del zapaterismo, ha descubierto el Tripartito social-nacionalista: la unión de interés entre socialistas, nacionalistas (o regionalistas) y comunistas (o verdes). Es el gran, y único, invento político de Rodríguez Zapatero: el Tripartito nacido de la cohabitación entre una izquierda de raigambre centralista y un regionalismo cuya historia está ligada a la derecha. De hecho, históricamente, no es broma, hemos pasado del nacional-socialismo al social-nacionalismo. A fin de cuentas, los nazis y los fascistas no eran más que socialistas reconvertidos al dios de la raza o a la deificación de la nación. Los orígenes ideológicos son los mismos.
En cualquier caso, especialmente para los católicos, el mensaje es claro: ¡Coaligaros, estúpidos, coaligaros! U os coaligáis, o seguiréis fuera del sistema. La mayoría social de los católicos en España –al menos, mayoría simple-seguirá siendo políticamente marginal. Y el PP se seguirá burlando de vosotros… de nosotros.
Eulogio López