USA rural frente a USA urbana

Dicen que Nueva York es la capital del mundo moderno. Y algo hay de cierto, la modernidad siempre ha confundido el estrés con la energía, la laboriosidad con el activismo y la libertad con el dinero, es decir, con la capacidad adquisitiva. Y Nueva York es el reino de todo eso, especialmente del dinero y del estrés.

La modernidad de Nueva York está en sus rascacielos. Manda el dinero, así que lo que se impone es sacar más metros cuadrados vendibles de un mismo metro cuadrado de suelo. Por esto, se ha impuesto el rascacielos-cajón, el más horrendo de todos, el más impersonal.

La arquitectura de Nueva York, una colmena humana, es la arquitectura propia del capitalismo, donde la eficacia ha de ser mensurable o no es eficacia. No es mensurable la felicidad que provoca en las personas, pero sí se puede medir lo que obtienen los propietarios por alquileres y los promotores por construir hacia arriba y no a lo largo, que es lo más humano.

Nueva York es, en verdad, la capital mundial del capitalismo. Un tren que no se detiene nunca. Si te subes a él, enhorabuena, pero como lo pierdas nadie lo va a detener para recogerte.

Nueva York es territorio demócrata, pero no Barack Obama, sino de Hillary Clinton. Los españoles tenemos a Zapatero por lo que sabemos lo que da de sí el diálogo y el talante. El diálogo y el talante de Obama, es decir, su crecida soberbia, le imposibilitó para nombrar número dos a Clinton, que hubiera sido lo más apropiado y seguramente un ticket invencible. Probablemente Nueva York seguirá votando demócrata, pero Barack ha perdido el apoyo de un sociedad mestiza -ergo, que debería ser suya- y de todo el poder económico de Wall Street.

El candidato republicano John McCain asegura, en su particular desmarque de George Bush, que los republicanos "quisimos cambiar Washington y Washington nos cambio a nosotros". Pero la verdad es que el distrito federal es un feudo masónico, una ciudad administrativa creada por masones, donde hasta el famoso obelisco ante el monumento Lincoln se ha puesto en pie, piedra a piedra, con las unidades enviadas por las logias de todo el mundo. Harían bien, tanto Obama como McCain, en distanciarse más de Nueva York que de Washington. En Nueva York todo es grande pero poco es tuyo, y su gloria, el mestizaje que reina en la capital del universo, no ha conseguido desterrar las diferencias entre ricos y pobres, mejor, entre grandes y pequeños. En Nueva York todo es grande: ese es su problema.

Con esa sabiduría intuitiva de los pueblos jóvenes, los estadounidenses intentan siempre que la capital de un Estado no sea su ciudad más grande. Verbigracia, Nueva York no es la capital del Estado de Nueva York. De la misma forma, el Senado es una cámara poderosa y recibe a dos miembros por unidad, con lo que California y Alaska pasan a tener idéntica representación. Pues bien, eso, que es una realidad en el terreno político, debería serlo en el terreno económico. Por de pronto, sabemos que el neoyorquino es más odiado, por pedante, que el capitalino, en muchos Estados de la Unión. Y la Unión es muy grande. A medida que crece un país, las diferencias entre el campo y la ciudad son más importantes que entre la izquierda y la derecha. Eso es lo que está ocurriendo en Estados Unidos, y por eso, la rural Sarah Palin está aportando más votos al Partido Republicano de lo que jamás hizo un candidato a la Vicepresidencia, más que el exquisito Badin.

Nueva York es el espejo de Estados Unidos, sólo que es un pésimo espejo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com