Barack Obama supone la penetración, por arriba, del relativismo progre en el único país que se resiste a él, es decir, Estados Unidos.

Los norteamericanos, quizás porque son un país joven, todavía distinguen entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso. No tienen la historia de los europeos, pero tampoco nuestra pedantería. Creen, por tanto, que una mesa es una mesa y no una silla, y esto aunque toda la intelectualidad progre, pongamos el New York Times y Barack Obama, así como los que controlan los flujos informativos -o tratan de controlarlos-, amén de Naciones Unidas, se empeñen en repetir que una mesa es una silla, según ancestral costumbre.

La dialéctica de Obama es lamentable pero no su retórica. Y si una sociedad está acostumbrada a escuchar música sin preocuparse de la letra, los retóricos tienen asegurado el éxito.

Los progres aman a los ricos

Por otra parte, la progresía ama a los ricos, único personaje al que envidian y con el que desean codearse. Es lógico. Si nada es verdad ni nada es mentira, lo único objetivable es la cuenta corriente.

De ahí el debate falso entre demócratas y republicanos, entre Obama y McCain, sobre el desastre de Wall Street. Al parecer, las diferencias se escenifican entre un Obama regulador y un McCain al que no le gusta la regulación. Pero, ¿de qué regulación estamos hablando? ¿Qué es regular? ¿Lo que ha hecho Bush? ¿Endeudar al país a costa de meter la mano en el bolsillo del contribuyente -todos- para que no sufran los inversores -algunos-, es decir, aquéllos que, una vez cubiertas sus necesidades, aún les quedan ahorros -a veces muchos ahorros- para jugar en el casino bursátil? Porque en eso estriba la regulación de Bush, en coger dinero de los pobres para dárselo a los ricos.

Pues miren, resulta que en ese tipo de regulación están de acuerdo tanto Obama como McCain. Ambos han aplaudido -Barack aún más que John- las medidas del secretario del Tesoro, Henry Paulson -otro miembro de la City-, que consiste en lo mismo que hizo el progresista Felipe González junto al progre Mariano Rubio en la España de los ochenta: dinero público para curar las bestialidades de unos intermediarios a los que no se les quita un duro de su bolsillo y que encima se van a casa con el riñón bien forrado.

Otra cosa sería que Obama advirtiera que su regulación consiste en luchar contra la especulación, por ejemplo a costa de aumentar los impuestos, por ejemplo contra las titulaciones, los derivados y el capital-riesgo, que vienen a resumir los tres grandes instrumentos de la actual burbuja financiera. Pero no le he oído nada en esa dirección, porque eso sí supondría enfrentarse a Wall Street.

No se trata de exigir más transparencia. En la sociedad de la información en la que vivimos, el problema no es la falta de información sino el exceso. Ni las personas ni las instituciones pueden metabolizar la ingente cantidad de datos, que tienden al infinito, y esa transparencia acaba por resultar el mejor refugio para el delincuente de cuello blanco, como se ha visto en el caso de los cinco grandes bancos de inversión norteamericanos. El especulador sólo tiene un móvil, el dinero, y su avaricia no se mitiga con la obligación de informar sino con impuestos. Hay que castigar la especulación financiera con gravámenes. Así de simple.

En resumen, el liberalismo de Obama es el liberalismo de los negocios, la libertad de empresa, que no el derecho a la propiedad privada. Ya se sabe que el ladrón es un enemigo de la propiedad privada, pero puede ser un entusiasta partidario de la empresa privada, de la libertad para hacer negocios, especialmente con el dinero de los demás. En esas están Barack Obama, Joe Biden y John McCain. Intuyo que el genio femenino, la brillantez y el sentido común que otorga la crianza de cinco hijos, podríamos esperar algo distinto de Sarah Palin, pero los directores de campaña del Partido Republicano siguen considerando que Palin no puede brillar más que McCain, craso error de estas elecciones que ya hemos comenzado en otras ocasiones. La crianza de cinco hijos, uno de ellos retrasado y muy querido, es uno de los escasos antídotos que conozco contra el pensamiento único, que es el pensamiento débil, eso que en Estados Unidos bautizaron como lo políticamente correcto.

Los dos errores de Bush

George Bush se va de la Presidencia tras cometer dos grandes errores: la injusta guerra de Irak y la recapitalización con dinero público de los bancos de inversión norteamericanos.

Entre inversores (e intermediarios) y ciudadanos el señor George Bush ha optado por los primeros: los segundos pagarán la ronda durante lustros... una vez más.

Pero ni Obama ni McCain aportan una solución, ambos son plutócratas, están con los ricos y quieren que la cuenta la paguen los pobres y las clases medias, o más bien media baja.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com