La guerra justa
Leo que con atención las cartas que me llegan de Estados Unidos. Por ejemplo la de Francisco Gras para quien el principio no negociable de la defensa de la vida va más allá del aborto. Podría responder, con cierta ironía que lo mismo piensa el arzobispo de Pensilvania para quien los anticonceptivos que actúan después de la concepción, es decir, todos, y la manipulación de embriones, o la eutanasia, no son menos atentados a la vida que el aborto.
Pero don Francisco no se merece eso, porque sus argumentos son de peso; en efecto, la guerra supone muertes, al igual que la pena capital.
En esta segunda la aclaración me resulta más sencilla, y conste que soy contrario a la pena de muerte y considero que Estados Unidos debe suprimirla, cosa que no pide Sarah Palin. Ahora bien, no admito que se ponga en plan de igualdad la muerte de un inocente que la ejecución de un culpable. El propio catecismo de la Iglesia Católica asegura que en el siglo XX apenas quedan casos que justifiquen la pena de muerte, sólo entendible cuando una sociedad se enfrenta a un enemigo de tal envergadura que sólo su ejecución podría terminar con el peligro. Pero la modernidad no tiene los individuos por enemigos, sino a los estados, que son los realmente poderosos. Por tanto, no coincido con Sarah Palin en este punto, pero a la hora de votar, no puedo equiparar a un Obama deseoso de la matanza de niños, deseoso de llevar la ley federal a la horrible sentencia Roe vs. Wade con la pena capital con garantías judiciales, como en Estados Unidos. Ni hablar: lo de Obama y Biden es muchísimo más grave, inaceptable.
Con la guerra de Irak me ocurre lo mismo. Puede que la inmensa mayoría de los americanos, incluidos el Partido Demócrata y Hillary Clinton, apoyaran la guerra pero Juan Pablo II se enfrentó a ella de forma visceral. Ahora bien, una guerra es algo aborrecible, porque en ella mueren inocentes, pero tampoco es comparable al aborto, donde todos los asesinados son, no sólo inocentes, sino también seres indefensos.
Precisamente fueron los dos pacos, Francisco Suárez y Francisco de Vitoria quienes plantearon las condiciones de la guerra justa, que, por no extenderme, podríamos resumir en que la única guerra justa es la legítima defensa, legítima y proporcionada. La guerra preventiva, por tanto, no atenta contra la guerra justa porque no haya sido aprobada por la ONU (esa es la derivada tontiprogre que defiende el Nuevo Orden, por ejemplo el señor Obama o el señor Zapatero) sino porque es preventiva y, por tanto, no supo en una respuesta ante nadie.
Los neocon aseguran que nos enfrentamos a un nuevo tipo de guerra, la planteada al mundo libre por terroristas. ¿Qué es un terrorista? Un asesino que se disfraza de soldado/a. Digo que se disfraza porque no da la cara, se esconde tras la sociedad civil, tras el inocente. En otras palabras, pude ser tu vecino. Ergo, aseguran los neocon, la legítima defensa no basta, hay que adelantarse invadiendo Irak.
El argumento es falaz, claro está. El hecho de que el enemigo cambie de estrategia, y sea esta una estrategia miserable, no te faculta para romper también tu propia regla moral. La guerra preventiva es como al guerra sucia contra el terrorismo, como la ejecutada contra la Baader-Meinhof, que sentía una inclinación tremenda por suicidarse en las cárceles alemanas o las perpetradas por el socialista Felipe González en España con la creación de los GAL.
Y como si no, la guerra preventiva tampoco es eficaz. Prueba: a la invasión de Irak.
Cosa distinta es que, llegados a este extremo del desastre, la retirada de tropas podría ser peor que su mantenimiento, dado que, aunque no han sido nada justas las muertes habidas, cabe una esperanza aunque sea remota, de establecer una democracia en el Golfo Pérsico, ni quite un ápice de mérito a los soldados norteamericanos que en muchos lugares del mundo ofrecen su vida por el Occidente libre.
Pero insisto, don Francisco, ni la guerra de Irak ni la pena de muerte pueden compararse con el aborto, aunque servidor abomine de las tres.
Sarah Palin acepta la pena de muerte y dice que hay que ganar la guerra de Irak. Discrepo de lo primero y creo que tiene razón en lo segundo, aunque esa guerra nunca debió comenzar. Obama es un entusiasta de la matanza de inocentes, al igual que su segundo, actitud más bien pasiva si no favorable en lo referente al corredor de la muerte y promesa, vaga, de retirada de tropas, porque él sabe que, aunque le pese, Estados Unidos tendrá que terminar el trabajo en Irak.
Está claro con quién me quedo, porque Palin es reconducible, Obama en modo alguno: es un enemigo declarado de los valores innegociables. Si se hablara de España no diría lo mismo, no afianzaría la desgraciada política del mal menor: en España el PSOE es enemigo declarado de los principios no negociables, el PP lo mismo, un punto menos ácido, pero igualmente homicida.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com