El ministro de Interior, Jorge Fernández (en la imagen), ya ha sufrido el correspondiente ataque de filantropía que asola a todos los ocupantes del cargo. Se ha pertrechado de cifras para recordarnos a los españoles que tenemos que correr menos cuando conducimos y que, tercos como somos, se verá obligado, como sus antecesores socialistas, a obligarnos a ello. Porque la verdad es que no hacemos ni caso. En la práctica, claro, porque todo el aparato mediático y político corre presurosos a recordarnos que las imprudencias se pagan muy caras.

 

En paralelo, los eurócratas de Bruselas, siempre pendientes de nuestra seguridad, elaboran una norma pancontinental con una tentación muy filantrópica: velocidad máxima de 30 kilómetros por hora en la ciudades.

Curiosamente, se siguen vendiendo coches que alcanzan los 250 kilómetros por hora, para ir en primera marcha, como mucho segunda, y no sobrepasar los 30. Lo lógico sería que el señor ministro y los señores eurócratas prohibieran la venta de automóviles y fomentaran las de bicicletas, aunque hay que reconocer que en las bajadas un biciclo -sospecho que hasta un triciclo- podría superar los 30 kilómetros por hora. Ahora bien, en el estado de ánimo medroso que vive la sociedad europea, tan harta de vivir como aferrada a la vida, lo de la prohibición de los automóviles podría dejar de ser una entelequia.

Miren ustedes, la inseguridad vial no se reduce a golpe de decreto sino de responsabilidad personal. Comprendo que este camino es más largo pero es lo que corresponde al ser humano, que es una criatura libre. Pero no: toda una generación de occidentales le grita al Estado: sálvame de mí mismo. Y entonces va y le convierte en esclavo.

Imaginemos un mundo libre, que no es otro que aquel en el que impera la verdad y con ella los principios morales correspondientes a la naturaleza humana. En esa hipotética sociedad, que debería ser la sociedad de todos los días, ¿cuál es el trasfondo moral de la velocidad en conducción Pues muy sencillo: el suicidio. La verdad siempre es absoluta, solo es relativa su aplicación por cada hombre concreto, y no porque sea relativa la verdad sino porque cada hombre es singular e irrepetible.

Así, en materia de conducción, la velocidad segura no están en ningún velocímetro; depende cada conductor y de cada situación. Pero no es relativa. Todo chófer sabe responder con nitidez a la siguiente pregunta: "Si ahora mismo, a 'X' kilómetros por hora, surgiera un imprevisto, ¿yo podría reaccionar". Y les puedo asegurar que todo conductor sabe responder a esa pregunta sin duda alguna. Si la respuesta es negativa, debe reducir la velocidad. Lo otro, lo del ministro Jorge Fernández, supone usurpar la libertad moral del ciudadano y hacerle vivir pendiente, no de su responsabilidad, sino de los radares que le pueden acarrear un multazo.

La política de seguridad vial se ha vuelto preventiva, como la censura preventiva o la guerra preventiva, en lugar de ser represiva, que es la política que corresponde a los ciudadanos libres.

Además, si me hacen conducir a 30km/h a lo mejor me duermo y tengo un accidente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com