Al suegro de Severiano Ballesteros -como se conoce a Emilio Botín en la prensa amarilla británica- no le temblará el pulso para realizar el plan de ajuste en el Abbey. Ya ha anunciado que la operación tendrá unas sinergias de 560 millones, lo que traducido al roman paladino significa que existen redundancias entre las dos redes que permiten ahorros de 560 millones de euros.

 

Y para ahorrar hay que despedir o aplicar un plan de austeridad "agresivo". A Botín no le temblará el pulso. Su tijera es conocida en el SCH doméstico donde ha eliminado las redundancias entre el Santander y el viejo Central-Hispano a golpe de prejubilaciones con cargo a reservas. No digamos nada de los recortes de plantilla en Iberoamérica donde existe el despido libre.

 

Y como muestra de que don Emilio aplicará la tijera, en la rueda de prensa ofrecida el 26 en Londres faltaron los traductores simultáneos. Botín decía jocoso que el "recorte había empezado". El problema es que la muestra no es especialmente esperanzadora. Los periodistas ingleses no hablan español y don Dinero no es exactamente Shakespeare en el dominio del inglés. ¿Solución? Comunicación no verbal, buena voluntad y papel, mucho papel.

 

La anécdota no sería importante si no fuera porque el gran riesgo de la operación es precisamente el gobierno del Abbey. Gobernar desde Madrid y en español a unos ingleses no parece que sea empresa fácil, por lo que hay que suponer que serán los ejecutivos del Royal Bank of Scotland los que terminen ejerciendo el control efectivo.

 

Veremos si al Bank of England le gusta ese proceso de concentración local por vía interpuesta. Máxime cuando ha recibido ya cumplida información de las contingencias judiciales que acechan sobre don Emilio. De momento el "sabio" mercado no ha bendecido la operación a pesar de que se hará íntegramente en cromos y que el precio es menor a la mitad de lo ofrecido por el Lloyds hace tres años y que el SCH suscribirá parte de la ampliación de capital para reducir el efecto de dilución del capital sobre los actuales accionistas.

 

Las incertidumbres sobre la capacidad del banquero cántabro de poner en valor el Abbey han pesado más el día de presentación en sociedad. Máxime cuando el Abbey tiene en sus tripas 12 millones de hipotecas y los analistas son muy cautos sobre el efecto de un posible pinchazo de la burbuja inmobiliaria en el mercado británico.

 

¿Y si el Lloyd realizase una contraoferta sobre el banco en venta? "Lo estudiaremos" dice don Emilio. Permanezcan atentos a la pantalla.