Sr. Director:
La vida es apasionante por las secuencias de los pequeños detalles en las que nos vemos inmersos. Estos detalles se los debemos a personas anónimas que la Providencia va poniendo a nuestro lado. Son personas anónimas que nos hacen la vida más agradable, esa vida cotidiana que tiene más valor mientras más se valoran los pequeños detalles. Ahora que por todas partes se promociona el uso de los transporte públicos, yo pongo unos granos de arena a favor de su uso.
Son las cinco de una tarde del en esta ciudad de embrujo que es Granada. No hace tanto calor como hace unos días, pero voy cargado de maletas. Tomo la línea urbana 33. Mientras abono el billete se me vuelcan al suelo la maleta y la bolsa. Una chica joven, muy guapa, con pinta de primero de universidad, me mira. A la vez que recojo la maleta y el bolso de viaje, ella se levanta y me deja libre su asiento. Me niego. Con una sonrisa, ella me asegura que en breve se ha de bajar. Al final, nos apeamos en la misma parada. Me quedé admirado de buena gente que es esta chica tan guapa, y además iba muy elegantemente vestida.
Por la mañana, tras ejercitar un poco la paciencia, que llegué a la parada en el momento que se acababa de ir el 8, otra anécdota. Al tomar otro autobús, me siento detrás de una madre, que sujeta el carro de su bebé. Al pronto se despierta una preciosa niña pequeña de pelo caoba, que reclama que la saquen de su receptáculo. Mira a su alrededor y sonríe a su madre, a los presentes y a la vida. También me sonríe, y no deja de mandarme su sonrisa durante unos segundos, y le devuelvo la sonrisa. Esta niña pequeña, de menos de dos años, va repartiendo sonrisas a otros viajeros y a su madre. Llenó de alegría esta pequeña parte del autobús a la que ella daba alcance.
Es de agradecer a las personas que nos vamos encontrando sus buenas maneras y sus valores de afabilidad, simpatía y su sonrisa. Es una suerte que también los conductores y conductoras de los autobuses urbanos sean serviciales, afables y buenos profesionales.
Y esto que me puedo encontrar en Madrid, Sevilla, Valladolid, Barcelona, mi amiga Kioko japonesa, se asombra. Se queja de que en Japón esto apenas sucede, que las personas van muy a lo suyo. ¿Y eso? Es que España es un país cristiano, y la solidaridad la practican los españoles, pues la llevan en las venas.
Marcos Gutiérrez Sanjuán
marcosgu@terra.es