¿Existe el cristianismo 'light' Es un contrasentido, una moto sin cambio de marchas que nos han vendido, pero sí, existe. Y eso, a pesar de que nadie está cómodo en el contrasentido, por aquello de que pierde demasiada energía y tiempo en buscar el sentido en una cosa y su contario. Y también, a pesar de que ya saben lo que ocurre con una moto sin cambio de marchas: es tan lenta que desespera ir al pueblo de al lado. Al cristiano 'light' le pasa como al fuerte Aquiles, que perdió la carrera contra una minúscula tortuga. Es mejor coger el toro por los cuernos, cuanto antes mejor -para no perder el tiempo-, y dejarse de coñas.
El catolicismo 'light' tiene muchas causas, pero se extiende como una plaga fundamentalmente por dos motivos: el desconocimiento y el contagio (todo se pega menos la hermosura). Lo que nos rodea, es inevitable admitirlo, invita poco al compromiso y a tomarse las cosas alegremente en serio. Uno puede convertirse así, tan ricamente, en un 'okupa' en su propia casa, por ejemplo, y exigir, cómo no, una cocina a la carta, o no darse cuenta de que las papeleras se llenan hasta que alguien tiene la gentileza de no vaciarlas. Que la austeridad o el orden en esos ejemplos, ya saben, son cosa de viejos.
Según el cristianismo 'light', uno, generalmente, hace de su capa un sayo con casi todo y especialmente con los mandamientos y los sacramentos. Hay dos de ellos, la eucaristía y la confesión, los más habituales, vaya por Dios, que no se entienden con lo 'light'. Tiene una explicación por aquello de la frecuencia. Al fin y al cabo, uno se bautiza, se confirma, se casa o se ordena una vez en la vida. Bueno, y recibe también la unión de los enfermos, dependiendo de cuántas veces haya estado en peligro de muerte. Pero con los otros dos sacramentos no es lo mismo.
Sobre la eucaristía, sólo una reflexión, la que daba San Juan Eudes, un santo francés del siglo XVII que la Iglesia recordó la semana pasada. Decía que "para ofrecer bien una Eucaristía hacen falta tres eternidades: una para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias". La línea divisoria entre lo 'light' y lo contrario está bastante clara. ¡Qué menos que ese acontecimiento se viva personalmente una vez a la semana como manda la Iglesia!
Por cierto, se decía de ese mismo santo, Eudes, que en la predicación era un león y en la confesión un cordero (ese sí que sabía conjugar justicia y misericordia), lo cual me lleva a otro santo que la Iglesia recordó también la semana pasada, Bernardo de Claraval, del siglo XII. San Bernardo tampoco era un 'light', sino un crack. Con veintiún tacos, en el sonado año 1111, dejando de lado sus mundanos sueños como caballero de Borgoña, se hizo cisterciense y se llevó con él a 27 amigos y familiares. Así era su espíritu -indómito, ingenioso y suave-, que quedó plasmado en su devoción a la Virgen y en una de sus frases más conocidas: "Amo porque amo, amo para amar".
He pensado en qué diría hoy el santo de Claraval si viviera nueve siglos más tarde, en el XXI. Ahí va la primera frase: "La fe no es, en el corazón y para quien la posee, como una conjetura o una opinión; es una ciencia cierta, un grito de la conciencia". La segunda tampoco tiene desperdicio: "El desconocimiento propio genera soberbia, pero el desconocimiento de Dios genera desesperación". Y la tercera y última: "Malditas sean esas ocupaciones si no dejan dedicar el debido tiempo a la oración".
En fin, mensajes un poco 'light' para los tiempos que corren. El espíritu es muchas cosas, pero tiene la fuerza indómita de un corcel, el ingenio de un laberinto y la suavidad de una ola con mar en calma, con esa espuma y cadencia. Y tiene, además, una cosa excelente: se deja influir, si uno quiere, por la inteligencia y la voluntad, libres ambas, para sacar lo mejor de todo eso: fuerza, ingenio y suavidad.
Mariano Tomás
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