En la manifestación del sábado en Madrid, España le echará en cara a Zapatero su ley esperpéntica por la que, ahora, matar es un derecho para los más cobardes, pues la víctima es el propio hijo ocultado en el vientre materno.
Es interesante el testimonio de una mejicana que sufrió el síndrome post aborto.
Ella relata: A los 21 años estudiaba la carrera de comunicaciones en la UNAM; era una mujer completamente alejada de Dios, liberal y altanera; continuaba con mis aventuras hasta que un día me quedé embarazada. Cuando esto ocurrió, no me alteré y pensé: no puedo tener un bebé ahora porque interfiere con mi proyecto de vida así que decidí abortar. Pero con mi bebé murieron también todas mis ilusiones creo que ese día yo misma me asesiné; me hundí en un infierno de tristeza y vi mi proyecto de vida destruido.
Fueron 20 años de insomnio: iba a un psicólogo y a otro, eran unos momentos de histeria y pánico. Durante las clases en la facultad salía del aula sin ningún motivo, me ponía muy nerviosa y corría a los jardines a buscar un lugar solitario para poder llorar. En casa, sin saber porqué, no podía dormir en las noches y varias veces escuché el llanto de un bebé me sentía terrible, era un dolor interminable y una tristeza espantosa. Tuve que dejar la carrera porque suspendí todas las materias, así que comencé a trabajar, pero no podía conservar un empleo por más de tres meses debido a las crisis que me atacaban.
Años más tarde me casé y me fui a vivir a Cancún. A un costado de la casa donde habitábamos había una capilla, cuyo sonido de las campanas, los cantos, la Misa entraban por mi ventana.
Pero mi dureza y miedo no me dejaron entrar ahí. Por mucho tiempo permanecí así. En una ocasión, cansada de la vida, decidí entrar al templo y confesarle al sacerdote todo lo que me estaba ocurriendo. En ese momento me regresó la paz, porque el sacerdote me enseñó a perdonarme a mí misma.
Ana Coronado
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