El año que acabamos de empezar va a ser crucial para el futuro de España y, por ende, para los españoles.
Por el desafío separatista de los dirigentes catalanes, por la esperada recuperación económica, y por el posible descalabro de los dos grandes partidos que puede cambiar el panorama político del país.
A todo ello hay que añadir una cuestión decisiva, de carácter moral, el debate sobre la nueva ley del aborto. La nueva ley ha abierto ya en el seno del Partido Popular brechas de discrepancia que van a obligar a sus protagonistas a pronunciarse sin tapujos sobre un tema que toca la esencia de la dignidad humana.
El presidente extremeño, José Antonio Monago, en cierto modo obligado por sus compromisos con la izquierda que le permiten gobernar, ha aportado ya una curiosa opinión-trampa. Ha afirmado que ninguna mujer puede ser obligada a ser madre, lo cual no deja de ser es cierto. Pero Monago hace demagogia.
Ser madre es una grandísima responsabilidad, contraída en el momento de la concepción. Si el derecho a decidir la maternidad se lleva más allá de ese momento se hace a costa de un grave mal: suprimir la vida de una nueva persona. La libertad crece cuando se afirman los vínculos con el hijo que va a nacer no cuando se destruyen.
En este momento el problema es el contrario del que señala Monago: muchas mujeres quieren ser madres y la presión social les empuja hacia el aborto.
Suso do Madrid