Ha muerto Sabino Fernández Campo, secretario y luego Jefe de la Casa Real. Los obituarios de lo políticamente correcto se han apresurado a afiliarle en sus consignas, recordando que él fue el hombre que se opuso al golpe militar (¿de quién?) en 1981.

Y así fue, pero de ahí a considerar a Sabino Fernández Campo poco menos que un adalid del centro reformismo pepero o del Zapatismo socialista, media un trecho.

Nadie quiere acordarse de los comentarios crípticos del Conde de Latores sobre la futura reina de España, doña Letizia Ortiz Rocasolano. Vamos, que no la consideraba la mejor elección, opinión compartida por el entorno real y por el aforo popular.

Por ejemplo, se ocultaban las palabras, reiteradas del general asturiano en defensa de la vida del no nacido.

Tanto el PSOE como el PP han afiliado a Sabino a sus filas, en calidad de personaje histórico y militar de los suyos. Pero Fernández Campo abominaba de leyes como la zapatista de la memoria histórica, pues uno de los pilares de su pensamiento era la reconciliación de los españoles tras la Guerra Civil, que dio lugar a un régimen singular aseguraba  Sabino, que siempre intentó evitar lo de dictadura franquista.

También intenta arrimar el ascua a su sardina el propio monarca quien, no lo olvidemos, expulsó de su lado a un Fernández Campo que tenía redaños para recordarle a Juan Carlos I que un Rey debe ser, antes que otra cosa, un ejemplo a seguir.

No, el Fernández Campo de los obituarios, tanto peperos como gubernamentales, no es el que yo me encontraba en misa en la ovetense Iglesia de los Carmelitas, un tipo que parecía depender tan sólo de Dios.

Eulogio López

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