Repastaban sus ganados a las espaldas de un monte de la torre de Belén los soñolientos pastores,   alrededor de los troncos de unos encendidos robles, que, restallando a los aires, daban claridad al bosque.   En los nudosos rediles las ovejuelas se encogen, la escarcha en la hierba helada beben pensando que comen.   No lejos los lobos fieros, con los aullidos feroces, desafían los mastines, que adonde suenan, responden.   Cuando las oscuras nubes, de sol coronado, rompe un Capitán celestial de sus ejércitos nobles,   atónitos se derriban de sí mismos los pastores, y por la lumbre las manos sobre los ojos se ponen.   Los perros alzan las frentes, y las ovejuelas corren unas por otras turbadas con balidos desconformes.   Cuando el nuncio soberano las plumas de oro escoge, y enamorando los aires, les dice tales razones:   "Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra a los hombres, Dios ha nacido en Belén en esta dichosa noche".   "Nació de una pura Virgen; buscadle, pues sabéis donde, que en sus brazos le hallaréis envuelto en mantillas pobres".   Dijo, y las celestes aves en un aplauso conformes acompañando su vuelo dieron al aire colores.   Los pastores, convocando con dulces y alegres voces toda la sierra, derriban palmas y laureles nobles.   Ramos en las manos llevan, y coronados de flores, por la nieve forman sendas cantando alegres canciones.   Llegan al portal dichoso y aunque juntos le coronen racimos de serafines, quieren que laurel le adorne.   La pura y hermosa Virgen hallan diciéndole amores al niño recién nacido, que Hombre y Dios tiene por nombre.   El santo viejo los lleva adonde los pies le adoren, que por las cortas mantillas los mostraba el Niño entonces.   Todos lloran de placer, pero ¿qué mucho que lloren lágrimas de gloria y pena, si llora el Sol por dos soles?   El santo Niño los mira, y para que se enamoren, se ríe en medio del llanto, y ellos le ofrecen sus dones.   Alma, ofrecedle los vuestros, y porque el Niño los tome, sabed que se envuelve bien en telas de corazones.    (Lope de Vega)