En una misma edición, Hispanidad ofrecía los testimonios de dos científicos que no están dispuestos a acabar con el hombre. Y es que no sé qué ocurre pero resulta que el hombre resulta antipático a la humanidad. Las relaciones entre hombre y humanidad, entre individuo y masa, nunca han resultado ejemplares pero, caramba, esto ya es pasarse.
Justo Aznar (en la imagen), el médico próvida valenciano, advierte que se pierden -es decir, se dejan perder, es decir, se matan- 100 millones de embriones humanos al año. ¡Joé!, la cifra da que pensar. Porque después de la matanza de nonatos, lo más grave que sucede es la utilización de embriones humanos como cobayas de laboratorio. Lo dicho, el hombre no cae simpático a la humanidad.
Un hombre inferior puede matizar a un superior. Así que si me lo permite el catedrático Jouve, servidor va a matizar: no se puede jugar con material genético esencial de la naturaleza humana. Lo digo porque todavía hay muchos abortistas que se aferran a una curiosa distinción entre vida y persona. Se puede jugar con la vida, pero no con la persona.
Los abortistas aseguran que en el feto hay vida pero no persona. Es lo mismo que si a un agricultor le arrancas la rama de un naranjo. Probablemente se cabreará. Pero se cabreará mucho más si arrancas el árbol de raíz. Con el código genético de la persona no se juega, ni se juega con las personas, que son las que poseen un código genético individuado, distinto del padre y de la madre.
En cualquier caso, al parecer, a alguien no le cae simpático el hombre. En particular, no le cae simpático al hombre-masa, a la humanidad. De hecho, siempre ha desconfiado de quienes hablan de la humanidad y no del hombre.
Bueno, el hombre tampoco el cae simpático a las feministas, pero esa es otra cuestión. O a lo mejor es la misma, considerando que el único logro del movimiento feminista es el aborto y el odio al ser humano.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com