Desde que, en el año 1999, Ridley Scott resucitará con Gladiator el género del peplum (películas basadas en la antigüedad), otros directores han intentado emular el éxito de esa superproducción.
La traslación a la pantalla grande de la vida del carismático Alejandro Magno era un proyecto acariciado por varios profesionales. Al final ha sido Oliver Stone el que ha abordado tan ambiciosa empresa pero…no la ha sabido llevar a buen puerto.
Los casi 180 minutos que dura Alejandro Magno se hacen eternos, y resultan un verdadero tostón, por una razón clara: es monocorde en su desarrollo y parcial en la visión del personaje. El Alejandro que presenta Stone no es el estratega, y visionario rey, que ha pasado a la historia. Más aún, y ahondando en este aspecto, el director de Platoon o JFK dedica una parte importante de la película a mostrarnos la bisexualidad (sobretodo homosexualidad) del héroe macedonio. Pero su parcial visión de la historia no se queda ahí, las exiguas apariciones de Aristóteles (mentor de Alejandro) lo presentan como un especialista en la confusión, la madre del rey, Olimpia (encarnada por una increíble Angelina Jolie) no envejece en 20 años y el narrador de la historia, Ptolomeo (uno de los generales de Alejandro) cuenta los hechos tan desacertadamente que merecería haber caído en campo de batalla. Se esbozan algunos datos reales y hay una buena puesta en escena en la primera batalla pero, en conjunto, Stone no le ha dado el tono adecuado a este emocionante capítulo de la antigüedad.
La historia ha demostrado que Alejandro Magno poseía una personalidad capaz de arrastrar a miles de hombres. Era, como ha dicho el historiador Valerio Manfredi, un verdadero titán (ABC, 6-1-2005). Por el contrario, el protagonista de la historia de Stone no consigue conquistar, ni convencer, ni al público que llena una sala de cine, que queda agotado ante esta aburrida película.