Hay hechos en la historia que aunque uno trata de repetirse en la cabeza que no van a suceder más, siempre acaban volviendo.

Tras las imágenes de los campos de concentración nazis, se creó la idea en la mente de los europeos de que ese tipo de centros nunca más volverían a existir y menos aún en Europa. Pero la guerra de los Balcanes nos devolvió a la realidad al comprobar que esa barbaridad claro que se podía repetir.

Pues eso mismo ha sucedido en Alemania con la aprobación de la técnica de diagnosis preimplantacional. Las técnicas eugenésicas regresan a tierras germanas, allí donde el nazismo las llevó a su máximo esplendor, si bien es cierto que el Reino Unido o Estados Unidos fueron sus impulsores en los años 20 del pasado siglo.

Con esta nueva técnica, se pretende eliminar a aquellos embriones concebidos in vitro y que tras realizarles un estudio, pudieran trasmitir alguna enfermedad o malformaciones hereditarias, o que pudieran provocar un aborto espontáneo o que el niño nazca muerto. Para evitar todo eso, si el resultado es positivo, el embrión será destruido.

De esta manera, el ser humano se convierte en un objeto más que ante la posibilidad de error, se puede destruir por ser inservible, como un televisor estropeado o un alimento podrido.

Lo triste es darse cuenta de que si ahora se escucharan los argumentos de los acusados en los juicios de Nuremberg, seguramente podrían alegar los mismos motivos que quienes ahora defienden esta técnica para poder suprimir a embriones. Es más, y si dentro de poco se considerase que ser gitano, negro o blanco es un defecto, ¿qué pasaría?

Juan María Piñero

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