Muchos pensadores ven muy difícil que se pueda producir una alianza de civilizaciones. El mundo musulmán tiene en su esencia la idea de que el Estado tiene que ser confesionalmente mahometano no sólo seguir lo que indica el Corán, sino también los dictados de los hádices (dichos y hechos de Mahoma, su profeta); entre los que se encuentran: la minusvaloración de la mujer, la ley del talión, la no aceptación, en la comunidad islámica del concepto de libertad religiosa: no se permite y se persigue en los territorios que dominan poder pertenecer a otras religiones.
Por ser contrarios a su forma de plantear la vida pública, el mundo occidental, por su tradición clásica, discrepa de estos enfoques. Si Occidente atiende a sus raíces cristianas, defiende la separación entre la Iglesia y el Estad por aquello que dijo Jesús: dad al César (al Estado) lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. O si lo que se preconiza es un Estado en el que La Religión no se considere para nada, entonces el distanciamiento con el islamismo es mayor todavía.
Todo el problema está en el reconocimiento de los derechos irrenunciables a la libertad personal y la libertad de pertenecer a la religión que cada uno considere oportuna. El Estado tiene que conseguir la justicia y la paz para las naciones, y debe obligarse: a no coaccionar a nadie para que actúe contra su conciencia; y a reconocer para todos el derecho a expresar externamente su religión, siempre que eso no atente contra el bien común.
José Luis Mota Garay
jlmota@canarias.org