He seguido esta mañana la sesión de control al Gobierno en el Congreso los Diputados. Como los progres de centro izquierda (El País) y los progres de centro derecha (El Mundo) se han empeñado en que la ministra de Sanidad, Ana Mato (en la imagen), dimita. Los diputados, sobre todo en la bancada socialista, se han apresurado a decirle que dimita a más a más, la ultrafeminista (una reiteración, sin duda) Carmen Montón, en pleno ataque de ideología de género, le ha acusado de machista y de fomentar la violencia de género contra la mujer. La histeria habitual.
Y Ana Mato se ha defendido jugando en campo contrario (¿O jugaba en casa). Porque la ministra de derechas se ha apresurado a repasar sus promociones en la lucha contra la violencia machista. Es decir, al igual que Montón, Mato se ha aplicado a mentir: la normativa y la práctica contra la violencia de género no margina a la mujer, sino al hombre. Y, sobre todo, porque la ideología de género, con su salud sexual y reproductiva a cuestas, no es más que la promoción y financiación del homicidio más cobarde, llamado aborto. Además, todo es una gran mentira porque hoy, el varón está mucho más marginado que la mujer, al menos en Occidente.
En conclusión, Ana Mato no tendría que dimitir por su negligencia en la lucha contra la violencia de género sino por su eficiencia en promocionar el aborto y en no defender el derecho a la vida, especialmente del más inocente y más indefenso, el concebido y aún no nacido. Por eso sí que debería marcharse a ser posible, hoy mismo. Por eso, por defender una gran mentira y permitir la violación de una gran verdad.
Los provida pensamos siempre que estamos perdiendo la batalla, que al aborto será eterno. Hay que reconocer que la gran matanza, la de millones de seres humanos, los más inocentes e indefensos, ante la indiferencia del mundo, así lo hace suponer, pero no. Aquí hay que aplicar el dicho de que de victoria en victoria hasta la derrota final.
En primer lugar, porque la batalla por la vida se va a ganar. Hasta los medios aborteros, menos sectarios que los periodistas y políticos españoles, reconocen que el mercado de la muerte está lejos de ganar la guerra.
También en la calle. Me lo cuenta una peluquera de un pueblo dormitorio de Madrid: "Yo, sobre el aborto, nunca me había planteado nada. Era algo que estaba ahí; que cada cual hiciese lo que le pareciera mejor. Hasta que fui a esa exposición china sobre órganos humanos y cadáveres reales (Bodies). En una sala me encontré con un letrero que me aconsejaba no entrar si era sensible. Naturalmente, lo hice. Detrás de las vitrinas se veían cuerpos de fetos, cuerpos reales. Eran niños, no otra cosa. Desde entonces que no me hablen del aborto".
Que no, que el infanticidio, no por habitual, deja de ser una bestialidad. Sólo hace falta mirar. Y cuando miremos, nos llevaremos las manos a la cabeza por lo que hemos perpetrado y seguimos perpetrando.
Pero doña Ana Mato pertenece al PP, derecha pagana, tibia y muy cobardona. Se dedica a la violencia de género y no se atreve a responder a la histérica Montón que el aborto es un asesinato.
Eulogio López
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